jueves, 13 de septiembre de 2012

Tango

Se reincorporó tan pronto terminó con sus agujetas, el café ya estaba un tanto frío, aún no terminaba de consumirse el cigarrillo olvidado, cuando ya tomaba la tercer bocanada de otro. Para esa mañana había decidido utilizar el viejo suéter que le fue obsequiado el primer invierno que pasó junto a la mujer de su vida, y este día estaba alejado 55 años del día que se lo entregaron.
 Hacía ya casi 10 años que su compañera había fallecido y jamás se había animado a visitar su tumba, para charlar como muchos lo hacen o para llevar alguna flor. Esa mañana era distinta, pues el frío volvía a ser como la mañana en que después de tanto imaginar encuentros, charlas, saludos, se animó a hablarle; eso lo llevó a recordar otras cosas.
 Decidió visitar el panteón gracias a ese recuerdo y porque esa mañana lo sorprendió con la fuerte creencia de que se había llegado el momento de reencontrarse y sintió la obligación de avisar por temor a perturbar una etérea comodidad.
 Salió a tomar el autobús que lo llevaría hasta el cementerio, sin faltarle su reproductor de música que lo acompañó desde su juventud y que tras múltiples defectos de fábrica y composturas de los mismos, jamás volvió a fallarle y aún servía; aunque hacía tiempo que no salía a ningún lado, la selección musical que encontró lo animó y sonreía.
 El camino, aunque contenía cosas nuevas, la mayoría le eran familiares pero las miraba distinto, las disfrutaba distinto, como si algo garantizara que le era permitido llevarse un poco de todo a allá a donde estaba seguro que ese día partiría; además pensaba que a la gente que estaba seguro que lo esperarían, podría interesarle,
 Al llegar al campo santo, enfiló directo sin hacerse de flores o alguna cubeta para acarrear agua y asear la lápida, pues confiaba en que sus hijos, a los que sólo veía en domingos, estuvieran al pendiente. Ese día era sábado.
Parado frente a la tumba, sonreía como en complicidad; en sus audífonos sonaba un tango: Caminito, lo pausó; en su mente maquilaba un resumen de su vida junto a ella, un resumen de los momentos que estaba convencido, más la había amado, y pensaba en ella como la persona para él, llevando su imagen, su figura, su aroma y su voz a un punto creado para ellos, a donde tenía que acudir para evocarla tan majestuosa como cuando la vio la primera vez, la escuchó la primera vez, la besó la primera vez, la desnudó la primera vez; la memoria del corazón.
Optó por pensar en melodías que encajaran a los puntos más altos de su idilio junto a la dama que más admiraba.
Acalorada y molesta abordó un camión donde despreció olímpicamente la atención de un joven, que años después ella estaba segura que era una turbia atención. Pese al desprecio, el tipo quien se refugió en sus audífonos, quedó fulminado por esa chica, pues decía que él no buscaba y la encontró.
Sufriendo el aire gélido y agazapado entre las islas de una pequeña exposición de libros, después de planearlo tanto, de imaginar conversaciones donde seguía invicto, volvían a estar frente a frente y por fin pudo dirigirse, con unos nervios cuya respiración y sudor lo delataban; no importaba más, ya estaba ahí explicando que moría por ella y no encontraba excusas para aproximarse, aunque no ocupara más que esa sola.
Con el paso de los días fueron edificando algo muy lindo, él fue mostrando poco a poco todo lo que había guardado, y ella no identificaba más barreras para huir; él cada vez más convencido de desechar fantasías y pidiendo a ella, no se escondiera más.
Ante la mirada de mucha gente cercana, en común, danzaban con calma y con júbilo pues querían disfrutar y no había que buscar más; felices de la promesa de no tener ojos para nadie más.
La vida les iría dando de todo, entre sus experiencias, decisiones y momentos sublimes, su confesión de no necesitar más que estar a su lado; justo ahí la mañana se nubló igual que hacía casi 10 años, el tono de las nubes fue gris, haciéndose más lóbrego hasta comenzar una lluvia leve y constante. Bajo ese marco recordó la tarde de verano en que le dijo a su compañera: “espero morir primero que tú, para no tener que ver cuando te vayas”; no pensó más, soltó un breve llanto, seguro que allá en la lontananza de la vida, su compañera sabría interpretar lo recolectado en casi 10 años y más. Dejó que la lluvia lo abrazara un tiempo.
Ya sin decir más, volvió a tomar el camión y en el trayecto de regreso, refugiado en sus audífonos, retomó el tango aunque poco a poco las imágenes se fueron disolviendo junto a la música.




gatts

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