martes, 5 de julio de 2016

El Club de la Línea

Comenzaron a organizar velorios como en Cochabamba. Ubicaban muertxs frescxs por quienes ni un alma aparecía, pasaban una iguala mensual a la morgue, en la madrugada sacaban los cuerpos, alguien de lxs integrantes del club de la Línea prestaba su casa, y a los dos días se hacía el velorio; invitaban y se entregaban sobres con guita que luego cada invitadx entregaba a lxs "familiares" que eran quienes ponían la casa para el evento.

El verdadero lavado no era lo que invertían ahí, era una especie de tanda.
Todo cubierto.

Los lunes y los viernes entre las 17 y las 18 era que abordaban ese colectivo y les llamaba la atención que aunque siempre iba lleno fuera un lugar tan sin vida.

La mayor manifestación de vida que en ocasiones encontraban en cualquier unidad era cuando el conductor dejaba pasar a alguna conocida sin cobrarle, le insistía que ocupara el primer asiento -el que está inmediato a la derecha del sujeto- y hacerse el lindo hasta que ella bajara; el resto eran personas dormidas realmente o en sus teléfonos. A veces también rostros laburando en cómo hablar con la linda chica, con el lindo chico; a veces también personas leyendo y unx que otrx pulgosx arrimando de frente o de reversa.

Alguna vez le plantearon al chofi si no le daba hueva tanta gente y tan poca vida, ¿te das cuenta? Suben tristes, molestxs, alegres, nerviosxs, asustadxs, ansiosxs, con sueño, mas no se sabe si aún con ellos. ¿Cómo cambiar semejante dinámica?

Las empresas pagan fortunas por bases de datos y unx tiene tantas posibilidades al alcance, pero prefiere continuar con cargas, aun si se arrepiente de haber asesinado, ya no puede cambiarlo; mientras no haya Ctrl + Z en la vida, no hay manera de cambiar decisiones o comentarios ejecutadxs.

El chofer estuvo de acuerdo en que era complicado, quizá como conducir carrosas.

- A vos que no te preocupe de dónde porque acá no lo haremos, pero necesitamos lavar dinero.
- Pero puedo tener problemas con la administración de la Línea.
- ¡No! Acá saldrá el medio, pero acá no verás esa plata, aunque tendrás tu "beca".

Y ahí cambió el rubro del servicio de colectivos, querían imitarlos. Dejaron de ofrecer el servicio y arrancaron a ofrecer la experiencia, la vivencia.

Se volvió en algo como el Fight Club: una enorme red conectada, personas y personas interactuando, desarrollando y compartiendo conocimientos por otros, una gran fiesta donde cada parada podía ser gente diferente. Ahora todo el día iba llena esa unidad, dejaban pasar hasta 10 unidades con tal de subir a esa.

Todo comenzó con selfies: se llenaba la unidad y ahí uno buscaba el ángulo, los otros -colocados a la mitad y al final del bus- se hacían los copados y agitaban al resto a acomodarse, a posar; después el fotógrafo pasaba una cuenta en facebook para que la gente se hallara y se autoetiquetaban. Como siempre se renovaban el movimiento no aflojaba y ahí comenzaron con otras cosas: contrataban tipos en moto que pasaban a un costado activando rifles con salvas y la gente se tiraba al piso, el claxon del colectivo eran los sonidos de un freno precipitado, golpes, alaridos y cristales en lluvia; todo lo documentaban y cada vez más gente sabía la dinámica.

En épocas de calor a ciertxs pasajerxs les entregaban pistolas para agua y arrancaba la guerra, durante el frío regalaban chocolate caliente, con la noche cada tanto salía esfera disco, siempre había música y hasta habilitaron espacio para música en vivo, poesía, clown y stand up. Al ser un secreto masivo infiltraban espionaje para anticipar inspectores de ruta aunque muchas veces ya eran parte.

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