sábado, 9 de julio de 2016

Temas sin sentido

Si pudieras ver los cielos de Buenos Aires en junio, no sé quién está encargadx de cambiar esas diapositivas, pero es un genio, una genia; son naranjas, los cielos, claro.

Digo de Buenos Aires en junio y no de junio en Buenos Aires porque -y de esto no tengo fundamento alguno- estoy convencido que este lugar es un museo con esta exposición tan particular por la que poco se esmeran, no te muestran su mejor cara, una mejor perspectiva, quizá estamos tan habituadxs que damos otro valor, obvio que quien recién la descubre la encuentra de un modo y probablemente no le encuentre igual en una segunda oportunidad, porque segundas partes suelen no ser buenas, pero acá no. Puede ser una postura borgeana, celosa, que nadie más pueda verlo.

Hay tantos rincones para desparramarse, para construir clichés en compañía de un libro, cigarrillos, mate, audífonos, que las hojas del libro se llenen de tierra y el separador se manche de yerba. Entonces aparece una señora empujando el cochecito con su nena abordo y retando a su pibe: "¡Caminá adelante que no tengo ojos en el culo!".

Decides andar este lugar y hallas un lindo PH afuera de lo que fue un chino -mercado-; es una linda habitación ensamblada por objetos que la gente larga: un cómodo sillón, un marco que encuadra un fragmento de un graffiti, un pequeño tapete al costado de la cama, unos cuantos títulos sobre una mesa de periodico, techo de cartón y lona, y luz tenue alimentada del poste inmediato.

Personas interactuando en un recoveco lleno de pósters y cosas aparentemente inservibles estratégicamente colocadas, te acercas y son todxs intelectuales -igual con los niveles que uno maneja eso es bastante posible-, escuchan jazz, resuelven política que lxs políticxs no pueden o no quieren, y se reúnen a ver películas nada comerciales procedentes de cualquier parte y te enteras que existe una pieza inconclusa para piano mecánico.

Te alcanza el amanecer con algo de lluvia, llega tu café y ella mira a la calle como si eso apresurara el taxi; se desdobla el tiempo y son ya tres días sin dormir, el cuerpo protesta envolviéndote en un aroma a todos tus vicios, a todos tus miedos, a todo el alcohol, a todo el humo y todas las cenizas.

Una linda mente irrigada por un corazón podrido y esa escena donde él abre la puerta con más bronca que atención y ella todavía tira un último intento:
- Bueno, me voy.
- ¿Volvés?
Mira la hora en su teléfono y luego lo mira a él.
- ¿Querés que vuelva?
Y ahí le encendió el cerebro, la miró, la sujetó de la mano y le habla al oído.
- No quiero ni que te vayas.

Entonces es verdad que lo más trivial se vuelve fundamental, y yo traeré todos los narcisos o la flor que prefieras.

Somos uno de esos temas tan sin sentido, arrancamos de cualquier parte sin punto fijo, sin página ni capítulo.

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