viernes, 2 de septiembre de 2016

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Entonces uno empieza a inventar y le hará saber al universo, por cuanto medio se le ocurra, que hay un fragmento de él -del universo- que ha venido a alterar este otro fragmento y fluyen ya, al menos, los pensamientos de una nueva variante con la incongruencia como mayor argumento, porque uno no entiende cómo y/o por qué, sin entender, el mundo tiene sentido.

Creo en tanto: el destino, el tiempo, la suerte, el plan maestro, y lo que sea que sea, muy poco necesitó. Habrás asomado y bajó tu alegría, ahí lo supe, esa confianza de andar sin saber hacia dónde, esa alegría de subirte a mis pies y que tu estatura alcance mi barbilla, esa desbocada manera que tienes de ir inventando todos los gestos, todo el lenguaje para completar tus relatos; y miro cómo me escuchas, cómo me miras para dar paso a tu pregunta: "¿por qué te creo todo lo que me decís, boludo?", o responder con tu mueca-sonrisa y un leve sonido cuya onomatopeya aún no descifro como si recién aprendieras algo o cordial y oficialmente me mandaras a la mierda, según sea el caso.

Todo nos va llevando: una constelación de lunares o la nieve en primavera, salir a alcanzar los primeros panes del barrio, la superstición por un club y querer bailar; levantarse cada día a reconstruir una historia y el desayuno.

Somos todo eso que no se calcula, que no se anticipa, que no se pronostica; todos esos desencuentros y esas agrias promesas alentadas por uno o dos resultados no deseados, pero necesarios. Somos todas las fotos de un puente bajo el arcoíris, de la noche en la ciudad; somos todas las flores, las que amenazan con caerse y todas las cuales atajamos como si de la lluvia salieran; somos toda la lluvia, toda la gente que se esconde y toda esa que gustosa se sumerge en un charco. Somos un café y tres cigarrillos, un cigarrillo y tres cafés; una birra y tres porciones de pizza, tres birras, una porción de fritas y dos alfajores, no importa; y el mundo gira y gira como sugiere esa canción italiana y nuestro universo aparte comienza a ausentarse, vos desapareciendo en la escalera del subte, yo alejándome en el bondi - ¡Cuidate! - me dices - Vos también - respondo, y nos llevamos un beso en la mejilla.

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