jueves, 8 de septiembre de 2016

El fin de un secreto

Y hasta acá, después si recuerdo algo que decirte, lo haré. Y lo recordé.

Está todo bien con la Mafalda y las enormes filas para retratarse con ella; con esa pareja que es el puente de la mujer y que se requiere mucha imaginación para notarla. Está todo bien con Caminito, con el doble de Maradona, el severo robo de lxs "bailarines" de tango al colocarte el bombín o el pañuelo y cobrarte cualquier cosa; el obelisco desde todos los ángulos, disfrazadxs al Colón, el extraño paseo por Recoleta y el tristísimo museo de Boca y todo junto sobre un camión de dos pisos.

Nadie nunca dirá que nos tiramos en el Ameghino a fumar un porro y ver cómo un perro se alejaba con nuestro almuerzo. Nadie mencionará cómo rodeábamos el Garrahan en caminatas y rastros de ceniza, ni las birras en Gasoleros y todas las fritas del mundo entendiendo a la vida como un gran platillo y nosotrxs, nuestras circunstancias, nuestros sentimientos, nuestras experiencias, sus ingredientes.

Nadie hablará del Tucu y sus remedios, de lo mucho que enderezamos en la banca de Venezuela y que vimos el gran desfile en la banca de Belgrano; quizá nadie hable de las alfombras violetas en la primavera de Parque Chacabuco o que en la madrugada de Almagro se inhalan el pasado. Nadie hablará de los domingos y lo lindo de mandarse una hora de viaje para beber vino con soda con el viejo, u otros domingos con mucho menos viaje para comerse un asado con ella, quien si no te reputea al saludar, algo anda mal; o del café con crema y maní tostado del filósofo guaraní.

Y llega y se va el aliento, lo miramos desde un puente y nos recorre ese intenso deseo de arrojarnos a la nada para por un momento sentir que nos abandona y vuelve y sentir que existimos y que somos nosotrxs y todas esas otras tantas cosas que no aparecemos en ningún folleto ni detrás del escritorio de cualquier agencia de viajes.

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