miércoles, 12 de septiembre de 2018

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Cómo hablar de esta historia, de esta sensación llena de simples deseos, de esta idea de una caminata por la mañana y el televisor y una pieza de pan por la tarde, de montones de pensamientos rodeados por tantas acompañando el viento y tantos estrellándose con él. Entonces cruzamos tu mundo y el mío y nada más se moverá y somos, en el balcón entre el ritmo de las mecedoras y el descendente nivel del termo, una nueva pareja y el instante en que recién comienza.

Qué pensarás si aún no despierta la ciudad y el frío aún no pretende descansar, qué figuras ocultan mis párpados y las persigo en el aire; dos luces, las siluetas de la prisa en una, las siluetas del acercamiento se disuelven en la otra.

Es evidente, lo dicen la mano que dejó la nuca para pasarse a la quijada, lo que terminó en la boca que estaba destinado a la mejilla, las breves sonrisas y un leve empujón que una mano firme fulmina y entonces a la boca llega lo que está destinado a ella, como se refugian las personas que logran encontrarse y cagándose de risa desde el vestíbulo de un hotel miran a los coches que pasan y cómo la lluvia reagrupa los tres charcos que patearon, así se refugian en ella -en la boca- lo destinado al cuello y lo destinado a difuminarse más allá de la cintura.

Y somos, y no tenemos dimensiones de ningún tipo, y no hablaremos de recorrer distancias ni de prevalecer tiempos ni del disco de jazz a media luz para pastas, vinos y discursos, ni de promesas mirando el atardecer.

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