martes, 11 de octubre de 2011

Apuntes de un día lluvioso II

Cuando se sugiere hablar de lo que fue,
es un barato truco por engañar,
una farsa motivada por instantes,
sabiendo de puntos que no piensan, pero sienten.

Hablar de lo que fue, es hablar de lo que es,
épocas transitadas que se cree que eran mejores
y que ya fueron, pero se evocan con citarlas,
y si fueron distintas, es porque entonces convergieron
argumentos y razón para atenderlas.

Vamos complicándolo todo,
justificando en compromisos y responsabilidades,
cuando lo que deba ser, será y fluirá,
y nuestro único compromiso
y nuestra única responsabilidad es ser feliz,
ya no como estado de ánimo ni sentimiento,
sino sencillamente como piel, como tarjeta de presentación,
como líneas de colores que van dibujando nuestro andar,
nuestras palabras, nuestros actos.

El mundo es sencillo, aún expuesto a las elucubraciones
de individuos que saben tomar ventaja: la intensidad de un llano,
del tiempo y sucesos detonados hacia una sola mancha
resguardada por una red eléctrica que disuelve
el entorno y su postura para enfocarlo todo a una burbuja
que impera y de la que se está pendiente.

El mundo es cielo y ambiente, luz;
miras y entonces el cielo es como debe iniciar siempre,
ríes y se regulan tiempo y aire, cálidos y fríos,
amarillo cabello que hace visible lo necesario y se pierde
en un manto azul acechado por la ausencia infinita.

Entonces eras la de antes, precisa y vasta,
de un sólo gesto, de una sola palabra;
entonces eres la de hoy, porque acudes,
vives prendida a ese espléndido recoveco
vestigio de algo no mejor, sino de algo posible,
mientras corre luz inundando el mundo como es
y como debe seguir.




gatts

Apuntes de un día lluvioso I

El éxito desde una perspectiva colectiva,
quizá no siempre implica una armonía
con la plenitud personal.

Es común saber de hechos indiferentes
para su autor, ovacionados por todo un entorno.

La gente que pinta un sueño, que canta un sentimiento,
que relata una idea, que proyecta una conjetura,
por asombroso que resulte, al final del día
sale a relucir su mortalidad, su jornada desintegrándose
en la acidez de lo onírico; sus experiencias huéspedes
de veloces trayectos que parten de expansiones
y contracciones y un temblor o un espasmo los digiere;
los mejores versos que se agitan con el júbilo de descubrirlos
y que se consumen entre puntos suspensivos
o en la inminente soledad que otorga la espera.

Algo reconocido, algo laureado, algo aplaudido,
será siempre la virtud de un observador, porque
expone y simplifica lo cotidiano, que tal vez
en algún intento de desmenuzar, no comulgue
el deseo con la habilidad, y entonces intervengan
esos tejidos y contrapuntos que abarcan una por una
las cavidades del ser hasta su ebullición, su incontenible
implosión que disipa los medios hasta algo magnífico,
tangible y no, que cada receptor sabrá abordar.

Al final es la vida misma en su expresión más simple,
dando oportunidades y reconocimientos, donde
no es dar por culminado lo que corresponde,
pero si un espacio para disfrutar.




gatts