lunes, 29 de octubre de 2012

El Jardín

De las personas parecía ya nada asombrarlo, había sobrevivido asperezas durante su infancia aguantando la hostilidad de un pueblo sólo con un amigo, amigo del cual, tras las intrigas de la adolescencia, se separó sin perder contacto pero ya no con la misma intensidad. Un poco más adelante comenzó a conocer la implacable realidad, fue participe de ella y trataba de convencerse de haber acertado; siempre detestó equivocarse, nunca fue opción. Después halló cierta comodidad que le costó mucho soltarla, procurando mantenerse al margen, pasar desapercibido, cumpliendo sin rebasar expectativas.
Esas situaciones de oficina, el tedio, las forzadas sonrisas y las recurrentes carcajadas como si alguien tuviese el don de siempre decir lo correcto y tener que reír sin antes haber valorado lo ocurrido. El dominio total del hastío, el sometimiento completo ante la rutina, porque cuando se cree que todo al menos no se mueve, no mejora, pero por sobre todo, no empeora, existen las voces que se empeñan en mostrar lo contrario o se dedican a provocar.
 Sucede que cuando todo ocurre como esperamos, dejamos de prestar atención a detalles, a cosas tan cotidianas que asumimos siempre ocurrirán, caso contrario al mal paso de las actividades, todo nos puede parecer en contra, absurdo e interminable.
Todas las mañanas llegaba al trabajo a tiempo caminando siempre por el mismo lugar, unos días entusiasta, otros aceptándose como el ser más miserable; una rutina de casi cinco años y en la cual sólo el día que la inició notó que pasaba frente a un edificio de aspecto de espejo y después, tras todos esos años, volvió a reparar en ese detalle.
Era un tipo joven, de buenos hábitos, de buena actitud, de lo que todo su entorno indicaba que era éxito, pero que por una razón que no encontraba, no le era suficiente, no le era justo para sentir plenitud.


Un día caminaba hacia su trabajo y al mirar los cristales del edificio, además de su reflejo, observó que unos pasos atrás venía una mujer en tenis negros con adornos blancos, unas mallas negras que cubría con una falda de mezclilla, blusa roja; era una mujer alta de tez blanca, delgada, cabello oscuro, desalineado y que una pinza medio sujetaba. Su semblante lucía despreocupado y todo en conjunto capturó la atención de él. El tipo volteó a ver a la mujer y no estaba, volteó a ver el cristal y ahí iba ella ya pasos adelante de él, volteó hacia ella y no iba en el camino, no estaba. Sin tanto por hacer, el sujeto continuó su andar pero ahora con una imagen que habría de imperar en su mente los días posteriores.
Tal vez la imaginó o la conoció en un sueño donde alguna ocasión coincidieron y nada más.
Al día siguiente volvió a detenerse en el reflejo pero sólo halló su ordinaria particularidad.
Los días posteriores continuó observando el reflejo, hasta que alertó que dentro de éste, deambulaban personas que en realidad no estaban y salió corriendo, sin embargo era un tipo curioso y aún en su aterrada carrera, sabía que volvería al menos a corroborar. Estas decisiones provocaron que pasara tiempos considerables asomándose al reflejo.
Cada intento era con menos temor y así fue familiarizándose con los habitantes hasta reconocerse mutuamente, pero ella no aparecía. Aunque no comprendía de dónde aparecían las personas, le agradó sumergirse en ese mundo donde sólo él era externo; pensaba en si podría él envejecer en el reflejo o envejecer el reflejo, ¿Cómo avanzar en el cristal?, ¿Cómo trasladar las ideas a los hechos?, ¿Cómo dejar de mirar un escaparate donde todo ocurre, dejar de sentir que no existe, volver y darse cuenta que se está inmerso en el hastío?
Tanto acudió a ese lugar, lo fue conociendo minuciosamente, de ella no había siquiera señales, ¿qué hizo que logró que ella existiera aquel día?, quizá era dar fe a la creencia de acertar en una vida para ser retribuido en otra.


Una banca colocada a los pies de un farol, rodeada inexplicablemente de un perímetro de sombras apareció, como si el farol fuera un grifo del cual siempre emanaban esos lúgubres matices; sentado en ella estaba un viejo de unos 70 años que con un marchito saxofón interpretaba tangos y piezas de jazz, aspectos incomprensibles pero que le inspiraron confianza. Las sombras permitían que se dibujara la forma del rostro pero ningún detalle.
Cuando dejó de tocar el viejo, el joven decidió hablarle, el viejo atendió cortésmente para luego encender un cigarrillo. No se dijeron nombres.
-¿Hace cuánto toca el saxofón?
-Desde que tengo 30.
-Sabe, me gustaría aprender a tocar.
-Me parece que estás muy a tiempo, como a tu edad comencé yo.
-Bueno, tengo que retirarme, espero verlo nuevamente.
-Hasta luego.
 Conforme fueron pasando los días el joven fue compartiéndole al viejo, con gran descripción, su vida y de vez en vez le pidió consejos; sin embargo, nunca preguntaba por la vida de él.
 En poco tiempo el viejo representó esa faceta que a tantos ocurre, de llegar a un bar y confesarse con quien atiende la barra, de abordar un autobús y hallar calma en la atención del conductor; el joven le contó de la aparición de la mujer, de su vicio por el lugar, de su esperanza de que se tratara de la o las respuestas que ansiaba.


-No puedo engañarme, se ha vuelto una superstición. Los días que más la pienso, esos días que puedo jurar que aparecerá, me dejan la impresión de que todo es mejor; no logro dimensionar cómo será cuando en verdad la vuelva a ver, ni siquiera me atrevo a partir de algún punto. Me convenzo de su mirada, de toda ella aún a pesar de ser tan breve, todo será distinto; algo o algunas cosas irán a contarle que mi amor ya está ocurriendo, esas cosas serán prueba de que su amor está ocurriendo, y avanzan y avanzan, ciegos, con tesón, y seguirán hasta encontrarse; y todas esas ocasiones que pasamos indiferentes, y todos esos gestos que nos obsequiamos accidentalmente y que están grabados, tendrán sentido, alzarán la mano para reconocerse y formarán una gran cadena en el tiempo, en el espacio, al inicio de ella nuestro momento, y al final, lo que sea que simbolice lo que fuimos capaces de forjar.
- Suena muy bien tu postura, tan seguro de todo- dijo el viejo.
- Es que de algún lado existe- comentó abrumado el joven.
- Te seré franco- respondió el viejo - cuesta trabajo, incluso en lo colectivo, poco a poco lo hallan ridículo, trillado, devaluado; sin embargo, el amor está más vigente que el resto.
He concluido que la mujer disfruta sabiendo que se le necesita, mirando a su compañero rendirse, no por claudicar, sino porque en sus brazos halla descanso y no cabe nada más. Que el hombre sienta, no es debilidad; pero para dejar de aspirar a esa mujer y andar junto a ella, se precisa nada menos que lo grandioso, que recorras distancias, que modifiques los espacios, que traces figuras, que llenes de color, que suene el mundo tan preciso como lo que ella en ti despierta, porque aunque desconozcas la melodía, sabes su inmensidad, y el origen...
- ¿Qué cuando eso no es suficiente?- preguntó el joven
- Ja, ja- atendió con ironía el viejo- debes mirar las cosas de otro modo. Que los resultados que buscas, no se muestren al instante o no vengan de donde esperabas, no indica que las cosas son en vano; verás, si colocas tu deseo en lo alto, con seguridad, alguien lo verá, ya sea quien esperas, o quien no, pero que en el guion supremo, existe para ti; y así sacudiste su mundo porque abruptamente entraste y lo llenaste todo.
Que alguien no corresponda, no es una lápida, es una oportunidad de resurgir, de mirar qué eres capaz de hacer. Cuando configuras el mundo, eso no es estar equivocado, es momento de ser paciente…
-Es que… - interrumpió el joven- … qué ganas de cruzarla un momento, estar ahí, creyendo que anduvimos siguiendo nuestros pasos y hasta ahí nos llevaron; no puedo asegurar si diría algo, aunque parezca absurdo si tanto lo he pedido, pero quizá no haga falta.
-Tienes que ser capaz de todo – continuó el viejo – de grabar su nombre en las montañas, de tejerla prendida a las estrellas.
Las flores son siempre recurso, describen, cantan un sentir; sus formas, sus colores, su presencia es esa melodía que recién descubres y que mientras más acudes a ella, vas hallando aspectos más que disfrutar, la vas desarticulando, descifrando, hasta otorgarle un valor; lo mismo pasa con las flores, hasta que llega el tiempo en que se vuelven símbolo, un momento, un detalle, como una nota mental que encierra lo verdaderamente puro, lo verdaderamente sublime.
El que vayas trazando un camino de flores, dice dos grandezas: la grandeza de la mujer que lo provoca, y la grandeza del sentimiento que provoca.
Cuando el momento se llegue, que te encuentre con flores, para que reconozcas esa sonrisa que ya has inventado.


La mañana siguiente sería distinta, decidido a elevar un sórdido grito que trascendiera, que calmara su desesperación, su ansiedad por hallarla, el joven se presentó con un detalle que dispararía todas las combinaciones del destino, quizá detonando todas las cadenas del tiempo.
-¿Para qué trajiste flores? ¿Intentas conquistarme?- preguntó el viejo.
-Ja, ja, no son flores cualesquiera- respondió el joven.
-Y no, seguro tienen nombre.
-Es una flor de flamboyán, una de…- explicaba el joven cuando lo interrumpió el viejo.
-¿No se te ocurrió una rosa roja?, es algo más propio del tono de tu sentir.
-Y bueno, seguramente le gustan las rosas, pero una rosa no describe nada de ella.
-¡Ja! Pero ¿cómo vas a saberlo?, si apenas tienes una imagen de ella.
-Es tan poco pero permite mucho.
-No entiendo, ¿qué con eso?
-Es que es así el flamboyán, vas por el camino y aun siendo un panorama austero, incluso parco, ahí está ese semblante naranja que te alegra, y no hablo del tono de su piel, sino de su presencia en mi parco escenario. Y sus pasos como un ballet de jacarandas, con tanta precisión, van dejando una veta violeta cada que evoco su andar.
Sus labios…
-Tranquilo viejo…
-En verdad, sus labios me parecen de un magenta tan suave y tan vivo como una comunidad de buganvilias, gitanas que hipnotizan, que te van desmenuzando, que te leen tu suerte, que te dicen que te has vuelto millonario, prestidigitadoras, desaparecen el hastío y te vuelves un hoja de bocetos, una pizarra donde acotan y proyectan tu alegría.
-Para haberla visto tan poco, la mencionas con tanto detalle.
-Sus ojos…
-¡Espera!, sus ojos si no los distinguiste.
-Debe ser algo universal, intrínseco, un secreto que me contaron al nacer y que ahora comienzo a recordar, o algo que noté de otra vida; por eso las traje, así la veo, en flores; quizá también entre tulipanes y pasionarias.


Bueno, sé que no soy la persona más lista, ni siquiera figuro entre los primeros 100 millones, tal vez más, pero igual la vida es y tampoco me es posible simplemente ignorarla, serle indiferente. Vamos a acreditarle a los aspectos psicológicos aunque se trate de una maraña mucho mayor, soldada, hermética, que no sé cómo o no quiero deshacer.
 El mismo día me pasa que me aparezco con cara de que lo mejor que podría suceder es que se acabe el mundo, o el mío al menos; ocurren detalles y entonces estoy en el extremo opuesto, todo me parece armonía, suficiente; también ocurre a la inversa, bueno en orden opuesto.
  A veces estoy tan fastidiado de todo o casi todo, no busco, no veo, no leo noticias porque entonces noto que manejan magistralmente el circo y me frustra que seamos tantos los que lo consumimos, porque muchos días río y hago como que importa y les doy un valor y voy yéndome a bocanadas o como si me olvidara en un cenicero y el viento poco a poco me borrara de la faz.
 A veces todo es tan absurdo, trato de hallar el momento en que todo se complicó, yo soy muy absurdo, sé que el horóscopo lo escriben antes, poco antes de publicarlo, que el espacio es limitado y eso provoca que hoy Aries tenga la suerte de Leo y encuentre trabajo, mientras que a  Cáncer parece no llegarle, en su envidiable salud, el amor que lleva tiempo esperando, porque Virgo se está revolcando con ella, con él; yo mismo los he escrito, aun así quiero creer que esas cosas pasan. Del día más grato recuerdo detalles como la vestimenta, pienso que el próximo día que no la medite o tenga en cuenta, y que la porte de nuevo, será también grato; así de ingenuo, inocente, todavía me dejo sorprender.
 Y todo tiene que ver, es cierto, apenas tengo una imagen y me paso ensayando el guion, mi guion, y es cuando quizá quede claro lo libre que es mi imaginación, porque suena la música justa, los escenarios se disuelven precisos, lo que sea que digamos no es titubeante, deja esa sensación de: “no digas más, me cautivaste ya”, y piensas en esas legendarias parejas de cine y firmas que se trata de una más, la mejor, que prevalece y triunfa a pesar de la memoria, a pesar de la distancia, a pesar del tiempo, a pesar de las circunstancias, a pesar de creernos seres inquebrantables que la vida volvió de hielo y nada nos conmueve, nada nos permite sentir; y a pesar de todo estaba escrito.
 Porque si alguien que aparentemente conozco provoca que sea, entonces vale la pena., entonces sólo ahí llegarás a tiempo, sólo ahí te quedarás horas extra, sólo ahí sentirás el pago no lo desquitas nunca.


 Poco a poco fue poblando de flores ese espacio a los pies del edificio y pasó un año queriendo hallarle un nombre a su sentir, escuchando anécdotas del viejo o sólo su música. Fue plantando el jardín que más se aproximara a ella, nadie se explicaba cómo las flores no se marchitaban, nadie buscaba entenderlo y nadie lo tocaba, pues creían que era sólo un loco, pero que aún en su demencia, era un gesto que conmovía.
 Una mañana un tanto lluviosa, llegó el joven con sus flores pero no encontró al viejo en el reflejo, no sabía si dejarlas y marcharse o esperar a que apareciera y conversar como acostumbraban. Decidió esperar, y cuando apareció el viejo, lo hizo acompañado; antes que saludar, le dijo: “quiero que conozcas a mi esposa”. La mujer se aproximó al joven quien quedó pasmado al mirar que ella no tenía rostro; estaba asustado, quería gritar pero no podía, pesaba más su deseo de entender. Volteó a ver al viejo y vio su propia cara, ajada y contenta, exaltado dio un paso hacia atrás y ya no hizo más, volvió a mirar a la acompañante de su amigo y entonces notó el rostro, el rostro que un día miró y llevaba ya tiempo buscando, se dibujó en el reflejo el rostro.
 Con más temor que emoción, el joven volteó a reconocer a la persona a su lado, sufría de pensar que fuera otra vez una broma del reflejo, ahí estaba tangible, palpable, la dueña de ese jardín, esos tenis negros con adornos blancos, esas mallas negras que cubría con una falda de mezclilla, aunque ahora con una blusa azul; la mujer alta de tez blanca, delgada, cabello oscuro, desalineado y que una pinza medio sujetaba. Se miraron y se obsequiaron un sonrisa.


gatts

miércoles, 24 de octubre de 2012

Resaca

No vuelvo a tomar, aunque me levanto,
no logro despertar;
cosas épicas y otras tan terribles,
el hambre no se marcha, eso es imposible.

Soy el futbolista estrella
que con los años le toca estar en la banca;
sigo en el equipo por ser quien fui,
parece que quiero vivir de lo que la memoria canta.

No encontraba ropa
y hoy desempolvé cuatro valijas;
soy muy humano, no se espante mundo,
me ocupo de todos, me ocupo de mí
con ideas sencillas, con ideas fijas.

Las cosas que me aferraba a que funcionaran,
lo hacen, pero no así;
acepto las derrotas,
y de ahí es que crecí.

Ya escalé el abismo
y me dejo sorprender,
tengo mucha escuela
entonces ¿qué puedo ofrecer?

Qué ve la gente
que me tiene tanta fe,
o es que hago preguntas erradas
por eso mi cerebro no lo ve.

Gracias por tantas armas
pa' mandarme a esta batalla,
si no sé, me informo,
el que no camina, nada halla.




gatts

viernes, 19 de octubre de 2012

Nuestra vereda

Permíteme llamarte amor,
no es que conozca tanto,
pero el mundo tiene cosas
que no se pueden ocultar.

Éste, tu humilde lugar,
el palacio donde figuras,
se vuelve desesperación con cada
noche más que no llegas.

Mi cuerpo son manecillas que recorren
cada rincón de esta cama
como si pensarte fuera toda una noche y un día,
y voy girando y de pronto me detengo para escribirte esto.

La hora aunque no puedo precisarla, no importa,
puedo decir que fue el momento de más brillo en mi memoria,
producto del arribo de tu sonrisa por ejemplo,
o del momento en que tú también te detuviste allá en las cordilleras
de tu dormitorio, y ahí el viento complice y Cupído
que lleva mis discursos hasta ti y me trae tus suspiros,
ambos chocan y le arrebatan su calidad a los secretos.

Qué alegría encontrarnos y sonreir de nervios,
conscientes de lo que nos debemos y con cierta prisa por comenzar,
y ser ambos un tibio paisaje que explota
en miles de flores de jacaranda para teñir nuestra vereda.




gatts

miércoles, 3 de octubre de 2012

Fallos

La inhóspita instancia que una idea genera
no permite ver la implacable realidad
que un fallo devela.

Ese amargo hedor que antecede los únicos dos caminos humanos:
la claudicación y la grandeza; deshechar futuras frustraciones
y sentarse a mirar a quienes reincidieron en busca de lo segundo,
extremos opuestos tan próximos.

Tal vez sea cierta la creencia de una ecuación suprema
que con decisiones se despeja hasta dar con el resultado.

Quizá la vida sea la comprobación de esa ecuación,
la extenuante persecución de un dato expuesto
en la que se incluyen un montón de variantes
para hallar aquello que se cree que existe,
más ni un sólo hombre tiene, aunque pudiera ser uno.

El tiempo se mide en fallos y aciertos,
cuanto fallo se precise para un acierto,
y lo que se deba disfrutar un acierto
hasta que precisen nuevos intentos.

Un panorama a esclarecerse siempre
mediante un firme tablero
de burdas piezas a merced del usuario
que se sumerge en descrifrar los trayectos.

Cortázar dijo: "un mundo donde te movías
como caballo de ajedrez, que se movía como torre,
que se movía como alfil".

Allá en el punto más distante
donde parece encontrarse un norte,
de pronto la incógnita tuvo mala lectura;
como Benedetti dijo:
"cuando creíamos que teníamos todas las respuestas,
de pronto nos cambiaron todas las preguntas".

Vuelve ese amargo hedor que va desaticulándolo todo,
aunque siempre habrá vetas precisas y suaves
que lo van socavando.




gatts