martes, 25 de junio de 2013

Lo que hice en mis vacaciones (verano del 2001)

A Sacheri y Fontanarrosa.

Cada lugar tendrá sus pasiones, su manera de vivir las cosas; tratándose de Ciudad Victoria, en lo que refiere a su esencia, sus pasiones incluso pueden ser pocas, pero pasiones al fin.

A decir verdad, nunca entendí la rivalidad; es más, ni siquiera alguna vez me detuve a preguntar. Andando de metiche llegué a escuchar que el problema es que a la gente de Tampico le pesa el hecho de que Victoria sea capital; y es que Tampico con el puerto, siendo una ciudad más grande, habiendo dado gobernadores recordados con gran cariño por su labor, ganadoras de certámenes de belleza a nivel nacional, icónicos artistas, siendo una potencia por el sindicato petrolero, con un equipo de futbol que fue campeón de la 1ª División, sede inicial de la Universidad Autónoma del estado, llega a ser entendible el reclamo dado lo que ostentan, contra una ciudad  sin puerto, que ha dado los últimos gobernadores y que francamente dan tristeza, y quizá sin todo lo demás, pero es la capital. Pudiera dar motivos de la belleza de Ciudad Victoria, pero no es el punto.

De lo que recuerdo es que gente de Tampico me llamaba “ranchero” y “bicicletero”, igual no entendía la rivalidad. No entender no me tenía exento de la situación. Siempre supe que los celestes, la Jaiba Brava era, es y seguirá siendo el odiado rival, nuestro clásico, el equipo a vencer así se pierda el resto de la temporada, contra ellos, ¡nunca! Los tres clásicos que fui, los ganó Correcaminos, sólo que es uno el que recuerdo en particular.

Aunque estuviéramos en 3ª División, la pasión sería la misma.

A Tampico nunca he ido a un juego y la verdad, ni quiero… San Mateo 5:5; no me atrae en lo más mínimo ir a su amado Estadio Tamaulipas, me imagino que huele mal y que estaría inmerso en una especie de barbarie con gente que ni siquiera sabe usar los cubiertos; y no es por miedo, pero uno que es civilizado, nacido en una ciudad cuna de hombres pensantes como el tipo que llegó una noche al Batacazzo (un mini súper en el 33 Juárez). El sujeto llegó ya muy pedo contando que estaba en una cantina, obviamente en proceso de destrucción, y tuvo a bien retirarse porque ya otro de los presentes quería terminar la velada agarrándose a chingazos justamente con el ahora payador.

Dado lo explicado, no quedó más que la curiosidad de si por miedo aplicó fuga o qué pedo, y nos responde:
-          ¡No! Lo que pasa es que el vato me dijo: “¡sobres, puto… párate!”, y como le dije que no, me dijo: “¡chinga tu madre!”
-          ¡No mames! Y ¿no le dijiste ni madre? – pregunté yo, ya muy entusiasmado con la plática.
-          ¡Sí! Le dije: “¡ah, qué bueno que me la recuerdas! Hace mucho que no la veo”, y me salí.
Bueno, personas así de pensantes.

De verdad creo que huele mal, los culeros viven en la prehistoria pambolera, alguien contó que hubo una vez un equipo, allá por los años 50’s del siglo XX, que ganó un título; y aclaro el siglo porque así como estos cabrones aún recuerdan su título, yo estoy seguro que siempre les recordaremos esta atoradota que ahorita les voy a contar. Está bien que lo recuerden, pero tratándose de clásicos tamaulipecos, podrán presumir lo que sea, pero la mayoría de los enfrentamientos, ¡nos han pelado toda la riata!

Estos putos están chingue y chingue que Correcaminos nació en Tampico, acá no es tema eso; lo que sí es tema es que en 23 ocasiones que nos hemos enfrentado, 11 nos la pellizcaron, 6 fueron empates, y 6 nos desentendimos del futbol y por eso no le dimos importancia, es más, ni se saben esos resultados. Además los puñetas hubo un tiempo que fueron la Jaiba Naranja… ja, ja, ja, ja… se marcan solos.

Fue un domingo, 12 de agosto del 2001, entonces era Torneo de Invierno, jornada 3. Los pinches perros estos traían de estrella a Héctor “la Yaya” Álvarez, que años después lo evangelizamos y se volvió alguien jugando para la verdadera Naranja Mecánica; de hecho en su primer partido con Correcaminos, la raza le cargó calor porque falló un chingo de oportunidades de gol y por eso le gritaban que si se había chingado un jotito.

Como lo leen, la verdadera Naranja Mecánica es de Ciudad Victoria. Los historiadores de futbol no lo cuentan todo, los muy zánganos no cuentan que a principios de la década de los 70’s, Cruyff y Michels visitaron la capital tamaulipeca porque un menonita que se regresó para Ámsterdam les dijo que los tacos de la Estación y las originales gorditas de Doña Tota, eran afrodisiacos, ya ven que para el mundial del 74 Cruyff andaba pugnando para que los dejaran llevar a sus parejas a la concentración por si llegaban a necesitar desflemar al cuaresmeño; pues ahí está el dato, sin costo para que no los cuenteen. Bueno, estos dos cabrones visitaron Ciudad Victoria y andaban en la Plaza Hidalgo, tomaron el camión azul queriendo irse a la central, pero llegaron a la Uni en donde hallaron una cancha y al Correcaminos entrenando, como vieron que eran bien riatas y vestidos de naranja, ellos le llamaron “la Naranja Mecánica”.

Lo que Cruyff y Michels no sabían, era que antes que existiera oficialmente el Correcaminos, ya había un equipo vestido de naranja, pero sin nombre.

Anthony Burguess que no hallaba cómo nombrar su novela, visitó Ciudad Victoria porque se acababa de revelar que los últimos habitantes de la Atlántida se establecieron en la antigua Villa de Santa María de Aguayo y quiso curiosear, entonces hizo el viaje quedando sorprendido del funcionamiento del equipo naranja, como relojito, como máquina y así los bautizó y de paso halló el nombre de su novela que después Stanley Kubrick hizo película. Si no me creen… proverbio chino, es decir, me vale madre.

Correcaminos traía de estrella al uruguayo Daniel Rosello, la Yaya era argentino, bueno, debe seguir siendo porque aún vive, aunque un día deje de hacerlo.

El estadio, el verdadero Teatro de los Sueños, el verdadero Cementerio de Elefantes, si no que le pregunten al poderoso América que se tragó un 5 – 1 y no importa que a la vuelta nos la hayan dejado caer peor; este punto no lo voy a explicar y se chingan.

El Marte R. Gómez no lucía lleno, de hecho había, bueno podía uno llegar a la mera hora y encontrar boleto, como fue mi caso. No recuerdo el costo de la entrada, pero recuerdo que entré a la zona de Sombra, la “nais”, la chidota, el pedo fue que estaba sentado justo al lado de la porra de la Jaiba y eran un chingo, se veían más que nosotros; luego ese pedo, después de 90 minutos, se volvió el motivo de este recuerdo. A quien más recuerdo es a un pinche jaibo gordo sentado casi en la primera fila. El muy marrano traía la camiseta celeste en la mano porque estoy seguro que no fabricaban de sus proporciones.

Con todo y que nos estaban haciendo la fiesta en nuestra propia cancha: cantaban, brincaban, un chingo de banderas; todavía no comenzaba el juego y ya nos estaban pegando una chinga.

Para el medio tiempo la cosa era distinta, Correcaminos iba ganando 3 a 0, ¡no mames! ¡3 a 0! En la chingada vida te imaginas un clásico así, me lo pudieron preguntar un chingo de veces y nunca se me habría ocurrido ni pa’ la pinche quiniela. Eran un velorio celeste, tenían la cara desencajada, se los estaba llevando la chingada, 3 a 0 y tener que aguantarnos, salir de la Ciudad, que aunque no es grande, el tramo del estadio a la salida a Tampico, sería un suplicio; no es por pegarle al Careca, pero la raza en Victoria es castrosa como muy pocas. Lo de pegarle al Careca tampoco lo explicaré.

Ah qué pinche felicidad recordar a estos mudos, ni ganando la lotería les volvía la sonrisa; cabe mencionar que en efecto la habían estado engrosando y ahora no hallaban qué mierda hacer.

Otro detallazo era que el DT de ellos era un nacido en Victoria: José Luis Saldívar, la Pedorra; no sé, capáz que lo linchaban por la atoradota que se estaban llevando, digo a como estaba el primer tiempo, todo indicaba que el juego podía terminar 7 a 0 y con el orgullo jaibo, destruido; porque esas cosas son difíciles de cobrar, como los Rayados cuando mandaron a 2ª a los Tigres, como el 5 a 0 que le atoró Chivas al América, o como platicaba Fontanarrosa del 1 a 0 que le obsequió Central a la Lepra en la semifinal del Metropolitano del 71; ¡¿cómo?! ¡¿Cómo le haces para vivir después de semejante humillación?! Ahí entra la pendejada de que es sólo un juego y no es para tanto, bueno para eso Sacheri dio la mejor explicación de lo que ocurre con este juego, El Juego; quien diga que no es para tanto, nada sabe de futbol.

Es fecha que me pregunto: ¡¿qué coños hizo, les dijo o les dio Saldívar, que para el segundo tiempo todo les salía?! ¡Parecían orquesta! Me hicieron pensar en la posibilidad de que Space Jam es verdad y que este güey les dio agua de Maradona y ahora eran todos unos cracks.

Terminó el velorio celeste, o bueno, le cambiaron la decoración al velorio, ahora era todo naranja; hallaron el remoto y le quitaron el “mute” a la pinche porra jaiba. Volvió la fiesta y comenzó el suplicio nuestro.

Ahí estaba a un costado de los hinchas tampiqueños, viéndolos gritarme en la cara el 3 a 1, el 3 a 2, el 3 a 3; ¡los muy perros empataron! ¡La pinche Yaya se ensatanó y metió los 3! ¡Pinche culero! Y el puto gordo con su pinche camiseta colgando del brazo como si fuera bandera, el muy puto comenzó a gritar: “¡aquí está papá, pinches rancheros! ¡Ahora sí festejen, pinches bicicleteros!” Ahora teníamos que pensar nosotros: ¡¿dónde carajos nos íbamos a meter?!

Ir ganando 3 a 0 y de pronto ya te empataron, ahora todo indicaba que iban a darle la vuelta, nos iban a humillar en casa, nos la iban a dejar caer, ya éramos rancheros y bicicleteros, ahora ¡¿qué nos iban a decir?! Estos ojetes no se iban a ir nunca, el gordo cada vez que hablaba se ensañaba más con los comentarios; los comentarios valen madre, lo que chinga es la risita, y ahí, cuando más oscuro se ponía el panorama, porque estaban encima, su porra crecida, se venía un día trágico.

El gordo estaba al borde del colapso, se levantaba, volteaba y se burlaba el cabrón, con su camiseta en el brazo; fue ahí cuando se volvió a pintar el mundo, la gran tarde de la Yaya quedaría como algo que pudo ser, pero no será jamás. Estoy seguro que aunque hubiera sido empate, nos lo iba a cantar y con justa razón.

Si no le fallo, cerca del final, apareció Daniel Rosello y le devuelve la vida a la Ciudad… ¡tomen, perros! ¡4 a 3! Ja, ja, ja, ja, ja… yo me olvidé de la cancha, me dediqué a disfrutar cuando un hermano correcamino bajó hasta donde el gordo, agitó la bandera, nuestra bandera, la bandera naranja y le gritó: “¡ahora sí festeja, pinche marrano!”, luego se acercó otro, con otra bandera a hacer lo propio y gritó: “¡órale, pinche gordo, aquí está tu papá!”. Ya no quedaba tiempo, la hazaña quedó en intento, Correcaminos ganó y los jaibos sirvieron una vez más de tapete para que pasara la estrella.

La inmensidad del cuerpo y la tristeza del gordo, hablaban por toda la afición visitante; eso era muy humillante porque sintieron haber logrado algo para burlarse toda la vida y ahora tienen que vivir con ese 4 a 3 y seguir pidiendo permisos en la capital y se chingan, es más, ya ni equipo tienen.

No lo tomen a mal, pero está claro que para ser padres hay que tener hijos, el pedo es que un padre debería estar orgulloso de su hijo y no es el caso, tristes jaibitos.

Esa tarde fue fiesta en Victoria, fue carnaval, los espíritus de la Ciudad se armaron una felicidad en corso; ahí por las calles, de las paredes emanaba la batucada de Tarura, los carros en caravana parecían como si los construidos por Pablo “el carbonero”, cobraron vida; un montón de Chichos Locos se soltaron, bueno andaban sin playera nada más; y hasta parecía que en el horizonte, allá bailando al filo de la Sierra Madre, brindaban Belmares con sus bachas, Mago Delgado y Jorge Castillo, mientras su amigo giraba el sobrero, metía una mano por entre los botones de la camisa y silbaba la Marsellesa.

A los pocos días regresaba a la escuela, y si entonces alguna profesora me pidió un relato de lo que hice en las vacaciones, que no creo porque ya estaba en el CBTis y a esas alturas ya no acostumbran esas actividades, pues entonces tantos años después aquí le entrego el pendiente.

viernes, 7 de junio de 2013

¿Por qué prefiero el invierno?

Incluso a mí me parece realmente estúpido sabiendo que a la estética instintiva le toca quedarse en la banca. Pero esta otra estética te deja gélido y no precisamente por el tiempo; se llena de todo.
Te das cuenta que todos nos buscamos un espacio para tatuarnos en la memoria tantos detalles; ¡ah! porque para esto vamos caminando, te acompaño a tu trabajo y aunque el solazo justifique los lentes oscuros, a esta altura sabrás que bien puedo andar sin ellos, pero que es parte del acervo colectivo y que muchos procuramos mantener vigente.
Bueno, incluso la gente, de 100, 100 me van a cuestionar, pero esta estética, la que defiendo, simplemente tiene sentido cuando alguien como tú, se refugia en alguien como yo; tontos enamorados que se hacen los rudos; tus nervios, los míos, mis nada elaboradas indirectas y que al fin sucede.
Ahí estamos los dos, a mitad de plaza, cualquier plaza, la que a ti te guste; porque tú tienes tus plazas, tus comidas, tus músicas, tus flores, tus momentos, y yo los míos, pero éste tumbó a todos para echar raíces en la categoría de “el mejor”. Brincas un breve charco porque algo te llama a pasarlo así, y mientras tus manos aletean y miras como vuelas por encima del charco y el charco hace una danzante réplica de tu sonrisa, ahí me voy tatuando en la memoria lo que estoy viendo y me animo a bocetar no sé qué tantos cuadros más; eso no está en el acervo colectivo, pero parece que está en el mío desde hace tres vidas y a mi todo me llama a ponerlo vigente.
Te gastas unos minutos soplando a tu café y yo te miro mientras tomo mate, o ambos tomando mate. De un golpe desapareces el alfajor y volteas a verme, tu mirada busca aprobación, pero tú en general no cabes del gusto y tu carcajada despide boronas que quizá en silencio reclames.
A esta altura me parece que el temblor en mis manos y piernas, se ha controlado; vamos por tu plaza, por la mía, y en ese mundo que vamos creando como el sorprendente mundo que se crea un ciego con cada centímetro que toca y aunque lo vuelva a tocar es distinto, ahí suena toda la música de nuestra película; te adelantas un poco y encuentras unos escalones donde te colocas uno arriba y extiendes tus manos para hacerle valla a mi arribo.
Si quieres hablamos del resto, de una variante de lo más importante de lo menos importante, palabras de Valdano.
Un señor bolero, se fuma sus pensamientos, no sabemos dónde está, sentado con un semblante ajeno, quizá lo abandonó alguien o hasta su soledad, o lo hallamos recordando el gol que metió hace 50 años y que le valió la eternidad en el barrio, porque liquidó al barrio de junto. En el horizonte a su espalda, dos uniformadas despavoridas porque se escaparon de lo que consideran un reclusorio gracias a la directora, quien vive amargada por culpa del ahora bolero que prefirió arriesgarlo todo por algo que no fue y que pensándolo bien, es tal vez lo que está mirando mientras fuma. Recuerda que es lo más importante de lo menos importante.
Por eso prefiero el invierno, digo, por si te lo preguntabas.