martes, 18 de agosto de 2015

Simposio en el Borda

"Más que lxs que están encerrados". La Quemera.

Hagamos un ejercicio de imaginación:
La corteza que cubre nuestro cerebro es del material con que están hechos los pizarrones, y cada que pensamos algo: un lugar, un alimento, letras, aromas, lo que sea; un polvo de tiza que está ahí comienza a movilizarse y se dibuja sobre el pizarrón, como ese juguete que trabaja con imanes y dos perillas y que uno va girando acorde a lo que se quiera plasmar. Tomen nota.

Las normas de comportamiento indican que se debe estar loco para ser feliz.

Uno no puede cantar en voz alta; no se puede bailar al ritmo de la música que suena sólo para uno, no se puede ir ensayando conversaciones o tal vez tenerlas conciliando con todas nuestras facetas.

Hay alimentos que no se deben mezclar. No es normal salir a la ruta y andarla con rumbo a donde sea. Nos enseñan figuras y colores; al relacionarlos -los segundos- hay formas en las que no caben, y cuando lo hacen, tienen un límite que no deben pasar porque entonces no es correcto y algo no anda bien.
Las manzanas no son azules con amarillo, no importa que se sugiera por amor a un club.

No se debe recorrer veredas driblando a los empleados de la pizzería ni mucho menos tirándole caños al que vende cintos o para evitar al de las banderas que viene con los tacos por delante.

No se debe mirar absorto, aunque ignoren que en ese universo al que observamos algo estamos resolviendo, algo estamos creando.

Al final algo nos llama, algo nos acerca, algo nos arroja a las vías, algo nos sujeta y nos conduce.

Me doy cuenta que estoy loco; si bien en Vieytes no aplauden, ahí me siento perfectamente normal. Me doy cuenta que hay que abrir varias mentes y replantear la definición de cordura o esperar que lo que dicen que padecemos y todas sus letras, la desaparezcan del diccionario.

La locura conmueve y uno sólo viene a compartirla.