martes, 12 de marzo de 2013

El origen del juego

Así como me parece que el aroma del café asciende siguiendo la pauta del jazz, el futbol, me parece, ocurre a ritmo de tango o de un híbrido entre ambos, sentimiento y estética...

gatts

Nunca antes habían visto este escenario, así de caprichoso es este juego.
Lo habían ganado casi todo: rompieron récords, obtuvieron premios individuales, lograron copas locales, copas internacionales, cinco años atrás lograron el único tricampeonato en copas mundiales.

Preparado para tirar el penalti estaba una gran figura, una leyenda en activo. Debutó a los 17 y en 19 años de carrera, había pateado 249 penaltis y todos los había anotado; tan seguro de sus cobros que incluso sus compañeros desechaban la posibilidad de un contra remate, ni siquiera se acercaban al área.
Parado a metros del balón, con la portería como capa, estaba una gran figura, una leyenda en activo. Debutó a los 20 y en 18 años de carrera, le habían tirado 249 penaltis y todos los había detenido; tan seguro de detenerlos que incluso sus compañeros desechaban la posibilidad de un contra remate, ni siquiera se acercaban al área.
Sólo en dos ocasiones tuvieron la oportunidad de enfrentarse; la primera, el gran goleador se ausentó por un desgarro en su muslo izquierdo; la segunda, el gran arquero presentó una fuerte fiebre que lo dejó fuera.
Por primera vez estaban ambos en el campo, frente a frente, en un día crucial. Era la última jornada del torneo, el equipo del goleador necesitaba ganar para ser campeón; al equipo del arquero le bastaba el empate; al término del partido ambos se retirarían de su profesión.

Sin duda era algo épico, algo que no se había visto y los dioses querían que fuera más epopéyico. En el minuto 90, cuando parecía un 0-0 lapidario, el árbitro marcó un penalti que definiría si el goleador se retiró siendo campeón y habiendo anotado los 250 penaltis que tiró en su carrera, o el arquero sería campeón habiendo atajado los 250 que le tiraron en su carrera.
Justo antes de que ambas leyendas tomaran sus posiciones, se aproximaron, se dijeron algo al oído, se fundieron en un abrazo y como duelo por el honor, se dieron la espalda, avanzaron la misma cantidad de pasos y dieron media vuelta, en ese preciso momento comenzó un fuerte viento que difuminó los cánticos de la tribuna, ocultó la señal del arbitro de que jugaran; las señales televisivas, colapsaron; las frecuencias de radio, se disiparon; las redes, se atrofiaron; las telefonías, enmudecieron; las cámaras fotográficas, se cegaron; las luces fueron menguando, sólo quedó iluminada la cantidad de terreno que delimitaban ambos jugadores y unos cuantos metros hacia los costados. De aquello que estaba a punto de ocurrir, sólo habría relato; como cantos de una época mitológica, como las maravillas del mundo antiguo: no habría más vestigios que lo que la gente dijera. Los hinchas se agitaron, se alteraron, querían inspirar a sus ídolos a lograr lo nunca antes conseguido.
El delantero corrió, pateó; el portero se agazapó, se lanzó; imperó la oscuridad, imperó el silencio, el viento cesó.
Quedan las ruinas de lo que se cree fue un campo de futbol, no hay rastros de hinchadas, de batallas, de papeles, de trapos, no hay ecos de aliento, sólo dos instrumentos que cuentan lo sucedido y un testigo mudo y ciego: un bandoneón, un saxofón y una pelota.

En la memoria colectiva no hay registros de algo, no hay antecedentes; las voces mezcladas de ambos instrumentos y los caprichos de la pelota, dejan esa sensación de búsqueda, de rumbo, ni siquiera es recordado el nombre del juego; esto es quizá el origen del mismo, es quizá un sentido de la existencia, lo más puro de la vida.




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