jueves, 30 de julio de 2015

Cañada Rosquín una mañana de julio

Según el sitio ñoño del internet, Cañada Rosquín, Santa Fe tiene 5366 habitantes; por unas horas tuvo 5430, más o menos.

Un lindo lugar, tranquilo, donde la mayoría de los habitantes, si no es que todos, se conocen. Los rosquinenses comentan con orgullo que ahí nació León Gieco, que todos saben dónde está la casa donde él vivió y vive cuando visita, y que no es necesario generar barullo y esperanzarse en que posiblemente se le cruce en alguna esquina, ya que cuando se encuentra en el pueblo es muy común mirarle paseando en bicicleta.

Me parece muy poco probable que se trate de un destino que pueda figurar en itinerarios turísticos, aunque para estos que por momentos incrementamos el censo poblacional de este sitio y producto de esos momentos en que ensanchamos las cifras puede tratarse de un espacio místico y quizá sólo con respuestas teológicas, metafísicas o esotéricas para ofrecernos. Por segundos la tierra nos devoró y a todo lo que nos envicia, enturbia y limita, y después nos escupió de regreso.

Ya llegará el momento en que se conecten todas las partes de esta estructura y emitiremos nuestra verdadera voz. Por eso coincidimos todos y cada uno en este momento.

Avanzamos envueltos en dudas, en anhelos, en oportunismos, en nostalgia, en dispersiones, en lucha, en sorpresa, en inconformidad, en contradicción; pero avanzamos. Poco a poco fuimos despertando nuestra sangre, alertando a nuestra identidad.

Nunca nadie podrá reprochar sobre discursos inconclusos, sobre gélidos gestos, sobre atenciones vacías, alimentos obligados o sobre melodías digeridas a golpes o con tragos forzados.

La muerte trabaja por su cuenta y cada tanto se sienta con el diablo para intercambiar tarjetas de sus respectivas colecciones de personas.

Y ahí estábamos recitando un guion, como pronosticando, porque antes de siquiera suceder, ya agradecíamos a la vida. Sesgando el frío y acompañados de una o dos guitarras, así nos declaramos sin necesidad de luces o lujos, sin miedo y sin deseo de eternidad ante la oportunidad del amor.

Ya diluyéndose este fragmento de la aventura y cuando imperó el sueño, sucedió la explicación al agradecimiento que recitamos instantes atrás.

Después de todo algunos tienen esa razón: ocurrimos, entonces fluimos.




a. lombardo