martes, 22 de marzo de 2016

En el año del mono

La encontró sentada llorando en Paseo La Victoria, su mano izquierda cubría gran parte de su rostro, el codo de ese brazo se apoyaba contra sus rodillas, sus pies encarados a distancia y en su mano derecha un cigarrillo a medias -en realidad ya era más ceniza que amenazaba con desparramarse en el concreto-, su cabello parecía un diagrama de todas las líneas del subte y la tarde estaba fría.

Siempre pensó que esos guantes cortados de las puntas nada cubrían, pero ella los usaba igual; el cuello de la campera delataba los impulsos de ella por teñirse, unas botas enormes que sin duda le dificultaban avanzar y parecía que lo hacía en cámara lenta o como en simulacro lunar.

Se acercó lleno de nervios y le ofreció su pañuelo antes de preguntar qué le pasaba, y después supo que lo mejor fue no preguntar porque seguramente lo habría exhortado a visitar a la autora de sus días, pero de manera poco cortés.

- Ten - le dijo poniendo el pañuelo frente a ella.
- ¿Ten? - preguntó levantando apenas la mirada sin alterar el resto.
- Sí, el pañuelo. Bueno, capaz te sirve.
- Je, je. Gracias. Dios te lo multiplique - tomó el pañuelo y tratando de no hacer evidente la sonada de mocos.
- No, por nada.

Ella volvió a clavar la mirada.

- Mira que no creo en Dios, pero que él te lo multiplique.

Él luchaba por controlarse, por no quedarse congelado.

- ¿Vos en qué creés? - preguntó ella.
- ¿Eh? - continuaba sin ideas.
- Todos y todas creemos en algo - comentó ella ya sin llanto. - Yo creo en el horóscopo chino.
- Yo creo en Dios - por fin habló. - ¿Qué signo eres?
- Dragón ¿Vos?
- No sé. Ni siquiera conozco los signos.
- ¡Uhhh! ¡Deberías!
- ¿Tú crees?
- ¡Claro!
- ¿Por?
- Porque así no me cortarías la conversación.
- ¡Ah...! Pe... ro... - volvieron los nervios.
- ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Tu cara!
- Je, je, je - ahora no comprendía.
- Gracias por el pañuelo - se lo devolvió y agregó con sarcasmo - "¡Ten!".
- Quédatelo.
- Bueno. Me voy. ¡Chau! - se levantó, encendió otro cigarrillo y caminó.

El tipo se quedó inmóvil pensando en que ahora tenía un pañuelo menos y molesto por no hablar. Pensaba y pensaba, tanto que cuando se decidió a seguirla, ella ya se había perdido entre tanta gente.
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El colectivo no venía lleno, pero tampoco tenía lugares disponibles. Él iba sentado justo tras la puerta de en medio con los audífonos puestos cuando subió una chica que comenzó a repartir tarjetas con Piolines y Silvestres abrazados dando frases de amor o de amistad por un lado y por el otro lado el lenguaje de señas para sordx-mudxs y el mensaje: "Soy sorda-muda. Tu ayuda puede cambiar mi vida." Sacó una birome de su bolsillo, escribió en la tarjeta y la devolvió sin dinero y con un mensaje visible.
Ella tomó la tarjeta y bajó del colectivo, entonces leyó el mensaje: "¡Qué pena lo que te pasó! Me debes un pañuelo.", volteó a buscarlo, pero ya había avanzado el transporte.
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Son tantas las cosas que uno da por sentadas, que ocurren como tienen que ocurrir, cuando tienen que ocurrir, y si bien pueden representar gratos recuerdos, se les valora distinto o el valor que se les tiene, se empolva y nos sorprenden menos aunque sean eternas sorpresas porque siempre están expuestas a factores distintos a los presentes cuando se les descubrió.

Así llegó arrastrando sus pasos por sobre Defensa un fresco domingo de principios de abril con 20 grados y un fuerte viento; se detuvo en el final de San Lorenzo a escuchar una batucada y se maravilló no de ella, sino de pensar la cantidad de personas que cada semana descubrían esto que tantas veces había escuchado, personas que se dejaban guiar por esta danza urbana.

Encendió un cigarrillo, le dio dos pitadas seguidas y arrojó el humo. Estaba por dar la tercer pitada y le pareció reconocerla entre lxs danzantes, pero entre tanto movimiento, la perdió.
Ella sí lo ubicó. Se desplazó por entre la gente y notó que él guardaba unas llaves en el bolsillo de su campera; lo rodeó, le sacó las llaves, le dejó un papelito y se marchó.
Él se cayó un poco por haberla perdido. Continuó caminando hasta San Juan tratando de encontrarla, pero nada; fue hasta que llegó a la entrada del edificio donde vivía que buscó las llaves y solo estaba el papel: "Tengo tus llaves. Tienes mi número.", y el número. El tipo esbozó una sonrisa, pero prefirió inventarle al encargado del edificio que dejó las llaves en lo de un amigo y así entró.

O no eran las llaves de casa o la estrategia del papel en el bolsillo no funcionó. Sumada a esa frustrada estrategia, un telegrama en el trabajo, de esos tan recurrentes con los nuevos gobiernos llenos de viejas prácticas de dictaduras, y ante esa angustia se refugió en la primer proyección que halló en el Gaumont.
Habían pasado 36 minutos de inexplicable película -película que deseas sea demasiada elevada intelectualmente para no sentir que son los peores ocho pesos invertidos en tu vida- y le llegó un mensaje el cual toda la sala supo y leyó mientras le obsequiaban un lindo "¡shhh!": "¿También te desocuparon?", decía.

El número no lo conocía por lo que replanteó la eficacia del papelito. Volteó anhelando por un momento la facultad de ver en la oscuridad que tienen los felinos, pero no lo vio.

- "Hay que luchar" - leyó a la par de un nuevo "¡shhh!".

Llamó al número queriendo delatar al remitente, pero evidentemente hay personas que respetan esas sencillas peticiones de las salas de cine. No tuvo mas que responder.

- Sí ¿A vos también?

Ya no le respondió.

No logró quedarse hasta el final de la película y fue a sentarse en una banca de Congreso. Comenzaba a oscurecer y el otoño en su esplendor. Encendió un pucho y justo entró otro mensaje: "Hace días que no logro entrar a casa, además con este fresco vivo mormado y no tengo pañuelo que auxilie."
Mientras elaboraba su respuesta se le acercó una persona.

- ¿Tenés fuego?

Ella, sin dejar de mirar el teléfono, respondió que sí y alzó el encendedor. Terminó de redactar y envió.

- Ten. Gracias.

El "ten" sacudió sus recuerdos y camino a levantar la cara sonó un teléfono al que evidentemente le había llegado un mensaje. Por fin se enderezó ella.

- Soy rata. Conversemos.

Le p'tit jardin

(Léase escuchando la canción que aparece abajo)

Con ese temor de tan solo haberlo soñado se levantó y se dirigió a la cocina. Ahí estaba ella viendo por la ventana, sujetando una taza; volteó, sonrió mientras bebía un poco; colocó la taza en la mesa y fue a abrazarlo.
- Buenos días - dijo él sujetándola.
- Buenos días - dijo ella recostando su cabeza en el pecho de él. - ¿Pan o medias lunas?


jueves, 17 de marzo de 2016

El amor verdadero

Para Mateo y Daniel.


Dijo un amigo: el amor verdadero.

A esta altura o quizá a ninguna podría considerar que soy un entendido y definir el amor verdadero.
Que es ciego, que es lo primero que piensas y también lo último, ¡bah! montones de cosas por amor.

En otra época habría hecho comparaciones con el de Romeo y Julieta, el de Bonnie y Clyde, el de Alice y Noah, el de Sarah y Johnathan, pero ninguno se parece.

No estoy seguro de recordar, le tiran carro al Pollo Tobías, le agradecen a Panchillo Cervantes.
En la tele miraba todo juego que pasaban; sin preguntarme, sin analizar, ya me caía mal el América por comprar árbitros, y no puedo comprobarlo.

Habré faltado a muchos, pero quiero presumir que no, que cada 15 días durante 8 años -con los insoportables recesos de siempre- fui al Marte R. Gómez a ver a mi amado Naranja contra quien fuera.
Muchas dificultades el primer año en ese mundo nuevo que todos añoramos conquistar: trapeados en casa y de visita.
Efímera experiencia.

Se compró una franquicia y vamos de nuevo.
No recuerdo el orden en que ocurrieron.
Los hostiles domingos a mediodía en Ciudad Victoria, con una afición muy castrosa que cada gol a favor lo festejaban arrojando agua. Quiero creer que era agua.
Domingos de 40 grados o más porque la cancha era regada temprano.
Bajo esas circunstancias cayó el temible Atlante, 2 a 1; aplastamos al todo poderoso América, 5 a 1 y tenía miedo que nos fueran a alcanzar o, peor, que estuviera soñando. Pusimos a temblar al Puebla de Arabena y Poblete, 3 a 1 en la ida de los Cuartos de Final; le ganamos un juego decisivo a Rayados, 1 a 0 y los regios que hicieron el viaje no entendían cómo no teníamos tablero electrónico en alguna de las cabeceras.
De visita un recordado 5 a 5 en el Estadio Tamaulipas, pero gestamos la paternidad sobre los jaibos, porque lxs tenemos de hijxs y es, aunque costumbre, el triunfo más hermoso, porque han estado en el Olimpo futbolero de México, pero lxs tenemos de hijxs y vivirán así por un tiempo más, con ese dolor aunque quieran vender otra cosa.
Somos un equipo del ascenso, llevamos ahí más de 20 años.

Tampoco puedo comprobar que haya ocurrido, pero de otro modo no se entiende esa Final perdida contra Tigres, nos vendimos. Después creo que otra vez contra León.
Y si son ciertas, son traiciones terribles, dolores irreversibles.
Un domingo 1 de junio de 1997 lloré por primera y única ocasión hasta hoy por un equipo de futbol. También creo que por eso odio a los Tigres.
Buenas temporadas en el ascenso y caer una y otra vez.

Estoy a más de 8 mil km del cruce de las calles Alberto Carrera Torres y Mier y Terán, pero no me olvido.
A veces uno externa simpatía por otros colores por sentirse parte de ese universo de primera, pero no se puede arrancar algo que va en la piel y en la sangre; de club no se cambia jamás por pequeño que sea, aunque seamos del ascenso.

No sé si a mi pareja le perdonaría esas traiciones; a veces te odio y no quiero verte más, pero poco me dura ese berrinche porque junto a ti me enamoré de este bello deporte, y me duele que te hagan algo, y soy el más feliz cuando logras algo.
Junto a ti es cuando más auténtico he sido, y sentí miedo, coraje, nervios, tristeza, felicidad, y algunxs lo entenderán.
No vengan y me digan que es un simple juego, que no es para tanto, porque ¡chingado! ¡no entienden nada!

Me pides que crea y me desgarro la garganta gritando tus triunfos, y siento un pinche vacío enorme cuando nos va mal, y no duermo esperando tu suerte, dejo de comer, me da por beber.
Ahí contigo es el modo de vida, sin prejuicios, abrazando y saltando con un perfecto extraño; cantando y alzando a la chica de junto, de quien tal vez no conozca ni medio minuto, pero la veo los domingos profesando el mismo inexplicable amor y eso nos une.

Todo te perdono. Te pienso al despertar y rezo por ti antes de dormir.
Por si alguien me pregunta, tu nombre, Correcaminos, es la mejor manera de definir el amor verdadero.