jueves, 9 de noviembre de 2017

Sweet song

Las juntas de vecinos eran una porquería con muchas personas: que los gritos de la del 11, las infidelidades de los del 7, las fiestas electrónicas de los chicos del 14, el voyerista del 15 y el chavo del 8; incluso ya a muchas juntas no iba, pero fue a la que tenía que: una nueva vecina.

- Pasa que por mi trabajo se me complica venir, pero ya llevo casi dos meses en el edificio. Soy Melissa.
- Hola Meli, soy Dario, bienvenida. ¿Puedo decirte Meli? - pronto el galán.
- Mmm... no, Mel, mejor.
- Ah, ok - se refundió todo.
- Tú eres el de frente a mi ventana, te he visto creo - no se animó a decir más.
- Sí - y su cara colorada.

Nunca fue muy fanática de su trabajo, creía mucho en buscar a consciencia, imaginarse plena y buscar estar ahí, pero para una gran mayoría las inevitables necesidades y las chingadas obligaciones les limitan a decidir; aún así el edificio era el lugar más asquerosamente aburrido.
Él desayunaba cereal frente a la ventana que daba a la de ella, ella alcanzaba a verlo y se iba a correr; ella cenaba frente a la ventana que daba a la de él y él alcanzaba a verla y se iba a correr.

Cambió todo. Los viernes a la noche de ver y re ver Game of Thrones los reemplazó por un cigarrillo en la ventana y hacer como que leía un periodico para mirarla cantar y bailar; un pequeño corso en mitad del tedio. Los sábados a la noche ella disimulaba tejer en esa ventana para verlo pintar; un pequeño corso en mitad del tedio.

Sabía que era prohibido y con el eterno engaño de no tardar lo ocupó igual; regresó a tiempo para la lucha verbal, en realidad debieron quitarle la placa, pero como muchos, llegaron con la firme intención de llevarse dinero argumentándole que le saldría muy caro y serían un sin fin de trámites; claramente no les resultó y lo que comenzó con su "¿cómo le hacemos señorita?" y primer oferta por mil pesos, terminó con un "¡ya güerita, estamos para cuidar!" y ni un café del Oxxo. Un pequeño corso contra la percudida ciudad.
Alguna ocasión lo detuvieron y hasta al cajero lo acompañaron para darles cooperación, muy generosa. Otra ocasión lo detuvieron muy temprano por portar cara de desvelado, en realidad iba todo roto por sus vicios y de suerte cuando pasaron el alcoholímetro salió toda la cebolla y el trompo de los "Melanie". La más graciosa fue la del periodista que se le pegó en una fiesta que saliendo del antro asustó al ballet parking amenazándolo con llamar un inexistente Ernesto si no aparecía el coche en el próximo minuto; ese día el oficial los detuvo por gusto y terminó escoltándolos que para que llegaran bien a su casa y todo porque este tipo le salió con que conocía plenamente las reformas al reglamento de tránsito que porque en su trabajo recién lo habían visto, se lo dijo tres veces hasta que el tránsito preguntó dónde trabajaba y fue le dijo que un periodico que tal vez conocía; fue la única ocasión en su vida que charolió. Un pequeño corso pudiente.

Dos ventanas y en verdad cuando lograban recordar lo que soñaron se levantaban sobre la idea de investigar el significado, les encantaba pensar que en alguna interpretación venían o hablaría de que en cualquier instante aparecerían de frente y entrarían con las manos frías sobre las mejillas, la pirotecnia iluminaría parte de ambos y sus voces se oscurecerían por la de las luces artificiales, pero no importaría.

Es así que te pienso, dejaré de sostener el chocolate como soldadito de juguete y de ingenuamente creer que con soplarle tres veces lo enfrío, lo largaré para acomodarte tu flequillo y tu gorro de estambre morado. Y acá estás, una vela a mitad de su vida, un vino muy sin embargo y muy barato, pan y queso y cuatro discos de jazz: uno de fondo, dos al sillón y uno acompañando tu viaje al piso, tu sesión de pataleo y lo bien que te cagas de risa.
Le debemos una a la lluvia, el resto huyó menos esa función en el parque, nosotros y tu cigarrillo y hay que ir a San Carlos y traernos un atardecer, a París y traernos uno -si es posible todos- de sus abriles, y un día neblinoso y las northern lights que recíen descubres que así se llaman en inglés y pretendes saber su nombre en tres o cuatro idiomas más.
No creo dejarte pasar a más de un metro de la puerta y buscarte y encontrarnos y tumbar el perchero y desparramar todo lo que trajiste para la cena, podemos no atender al hambre y ahí estará o no, pero no atender esto tan... tan intenso y fatal como el de Romeo y Julieta, aventurero y loco como el de Bonnie and Clyde... je, je ¡qué canción tan más chingona! ¡No debemos no atenderlo! Porque pasa y después uno sabe que debió besar más, desnudarse más, fundirse más y, claro, dejar las tonterías para cuando no haya más opción que el destino de estarlo, tonto.
Mientras no, mientras robémosle minutos al día oscureciendo la pieza y hacernos un recorrido, un diálogo en la oscuridad en el braille de tu cintura y mi espalda.
Imaginaba él.

Es así que te pienso, vienes por mí y sin paraguas para correr bajo el aguacero y se aparece un albergue transitorio y nos miramos encendidos y muy cómplices con esa luz tenue que observa cómo vuela la ropa y después le cerramos los ojos. Esos vasos son tu antifaz, pero nada esconde tu sonrisa y me pides papas porque aunque dije que no, anticipas que te quitaré media orden, y esos horrendos pasteles que llevas cualquier día porque todos los días es cumpleaños de alguien aunque no lo conozcamos, incluso has considerado no ir al futbol, sabes que jamás te lo pediría y te haces el mago y sacas una carta llena de esos dobleces que se aprenden en secundaria y un lindo tulipán naranja y me cuentas algo casi completamente falso que te ocurrió, que antes con tu risa final me daba cuenta y ahora de inicio lo sé, pero igual te escucho porque este tú será el de siempre.
Imaginaba ella.

Dos piedritas a la ventana -¿Me acompañas a correr y a comprar estambre?- dijo nerviosa -¡Dale! Sirve que me acompañas a comprar pinturas.- respondió casi sin aliento.
Un pequeño carnaval rasgando el cielo.