lunes, 15 de julio de 2013

Esa canción

¿Recuerdas el día que quisiste enseñarme a bailar, ahí en medio del estacionamiento? - preguntó él mientras cruzaban una plaza. - El estacionamiento que está cerca del local donde compramos helado, bueno, compras porque yo siempre pido mate u otra cosa... ¡Ja! igual no venden tantas cosas.
Me estaba acordando de ese día porque aunque parezca increíble, no he vuelto a bailar, y no es por ponerme sentimental, pero quiero saber el nombre de la canción que cantaste para mientras bailábamos.
Hace unos días subí al camión, al que pasa por la rotonda frente a la escuela; de hecho ahí subió la pareja de la que quiero hablarte: ella usando bastón, y él usando aparato para poder escuchar.
- A mí me gusta viajar en camión – interrumpió ella.
- A mí también, sobre todo los días lluviosos – continuó él. - Te decía, ¡qué linda pareja! Me di cuenta que ella venía haciendo corajes y él se puso a cantar "o quizá simplemente te regale una rosa": "y llovía, llovía", ella empieza a reír mientras lo mira, no sé, como cómplice de algo o de muchas cosas, como festejando que sabe que así él la ignora o así hace menos su coraje; él ríe mientras la mira de reojo, quizá sabe que el coraje pasó y empiezan a hablar:
- ¿Sabes? No me lo tomes a mal, aunque sé que te vale - dijo ella.
- ¿Qué pasó, Doña Jaquecas? - pregunta él.
- ¡Ja, ja, ja... cállese, Don Tapia! ¡Parece que estás sordo!... ¡Ja, ja, ja!...  ¡Tapiado!
- Bueno, ¡¿qué?! ¡¿Hay chingazos?!
- ¡Ja, ja, ja... cállate!
Por un momento se quedaron callados, se miraban, sonreían, no sé, como si estuvieran haciendo recuento del tiempo juntos, bueno, eso me pareció a mí.
- Siempre has sido el mejor apoyo, mi bastón - continuó ella.
- ¡Mta! ¡'Ora soy bastón! o ¿es albur? ¡Vieja mañosa!
- ¡Ash! ¡Nunca se puede hablar serio contigo!
- ¡Ya 'mbe! ¡Dime pues lo que ibas a decir!
- ¡No, ya no! Te hablo bien y sales con tus cosas.
- ¡Pero igual, igual, igual... me estás tratando mal! ¡Ja, ja, ja! - cantó de nuevo y volvió a reir.
- ¡Ja, ja... eres un menso! Lo del bastón es porque siempre has sido apoyo, mi soporte; quiero decir que tú me bastas para poder andar.
- Ay, vieja, ¡esta chingadera no funciona! ¡No te escuché ni madre!
- ¡¿Ves cómo eres?!¡Nomás me haces sentir mal! ¡Escuchas lo que te conviene! ¡¿Cómo lo demás si lo escuchaste?!
- ¡Ja, ja, ja... déjame terminar el comentario!
- ¡¿Qué?! A ver, dime.
- Esta mugre no funciona y quizá escuche muy poco de lo que dices, pero entiendo lo que es verte, lo que fue verte por primera vez, lo que he sentido desde entonces, por eso he procurado ser al menos tu bastón.
- ¡Ay, ¿qué?!¡¿Qué con eso?!
- Sí, vieja... quiero decir que aunque no escuche, tratándose de ti, siempre me bastó con mirarte para entenderlo todo. –Ya con eso la señora se acurrucó con el señor. ¿Cómo ves? ¿Qué te pareció?
- Pues está muy bonita la situación, pero ¿qué con eso? Te pregunto bien.
- Mmm... ¿Cómo es que se llama la película que nos recomendó el viejito?
- ¿Cuál viejito?
- El viejo que nos sacó plática en el aeropuerto cuando fuimos a dejar a tu tía.
- Mmm... No me acuerdo ni del viejito ni de la película.
- ¡Sí! Esa película de una pareja que se dan un apañe cuando estaban chavos pero que ella se iba a casar con otro tipo y le dice al cuate del apañe que pase lo que pase, cuando estén viejos, quiere echarse en la nieve junto a él a observar una aurora boreal y entonces morir.
 - Mmm... ¡No! No me acuerdo. Oye, cambiando de tema... ¿buscaste cuadros de los pintores que te dije?
- Sí, algunos, pero neta me explicaste un buen de veces y nomás no me queda claro.
- ¡Ay! Pasa lo mismo con tu música.
- ¿Qué? ¿No lo entiendes o qué?
- No, burro. La pintura es como la música, representa un momento, una situación, no tanto que tenga un significado en específico, bueno, sí debe tenerlo, pero es lo que significa para ti; ya ves lo que me decías de que la canción puede estar bien chafa, pero que igual y estaba de fondo cuando te felicitaron porque te graduaste de la universidad, o estaba de fondo cuando te dijeron que te iban a aumentar el sueldo, o cualquier cosa.
- Ajá...
- Pues eso, la pintura y la música son lo que representan: lugares, situaciones, personas; son una máquina del tiempo.
- Je, je... de los que me mencionaste, me acuerdo de un tal Miró.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué recuerdas?
- Que están muy coloridos sus cuadros y muy raros.
- ¡Ay, ¿qué?! Eso está muy random, básicamente no te creo que los hayas buscado.
- Del arte como de tantas cosas, entiendo muy poco. Me preguntas y para mí, Miró son cuadros extraños, desarticulados, sin sentido, una forma roja casi como sosteniéndose de una línea negra y ahí están, como espantadas en toda una zona que no sé ni se me ocurre cómo llamarla; son un montón de figuras, asteriscos, ojos amarillos, verdes...
- ¡Ay, bueno... me pediste que compartiera algo, igual como me dijiste: "no tiene que gustarte".
- ¡Ja, ja, ja... no!
- ¡Ay, no te entiendo!
- Son extraños, pero así es el surrealismo ¿qué no?
- Sí, así.
- Me parecen extraños, pero no pude dejar de mirarlos y no quise hallarles significado. Bueno, de pronto caí en cuenta que así como con Miró, me pasa algo similar, así desarticulado. Quisiera poder desglosar más a Miró, hallar sus códigos, detectar que ese pequeño universo que mira hacia el pincel que lo inventa, mira a un hombre sencillo, intranquilo por creer que su pintura jamás dirá lo mucho que siente por ella.
- Ajá...
- Así quisiera poder desmenuzarme y no puedo.
- ¿Cómo?
- Me considero un tipo sencillo y me encuentro intranquilo por creer que lo que hago jamás dirá lo mucho que siento por ti, mi estrella matinal; figuras y colores, formas extrañas arrojadas sobre un lienzo como piezas de matatena y que como la matatena, hay miles de maneras de resolverla.
- Gracias.
- ¡Bah! ¿Y si se trata de sus sueños? ¿Si encontrar esos ojos de colores signifique una oculta necesidad de mirarte, y la realidad es que no puedo ocultar esa necesidad?
- Al menos hallas diferencias entre sueños y realidad.
La lluvia no es que sea de todos los días, pero al menos, en esta región, es más vista que la nieve; de hecho habría que investigar si alguna vez nevó. En fin, caminaron por una pequeña calle donde a las pocas cuadras estaban unos niños celebrando lo que parecía un importante juego de futbol, con sus porterías de 2 pasos de ancho y los postes hechos con los pedazos de piedra que fácilmente se encuentran cuando algún vecino recién hizo remodelaciones a la construcción de su casa; la pelota era casi esférica y con el escudo de la Selección impreso dos veces. Los equipos se miraban balanceados, de un lado buscaban siempre a un niño de tal vez 10 años que portaba una camiseta azul con amarillo con el número 10, y del otro lado, todos los balones iban para un niño de también quizá 10 años, pero él portaba el 10 sobre su camiseta azul y blanca.
El "10" albiazul burló a 3 rivales, luego le hizo túnel al "10" azul y amarillo y el portero no fue gran resistencia, mandó el balón a guardar, pero éste salió algo retirado hasta donde venía la pareja. El joven trotó un poco para anticipar la llegada del balón, cruzó las piernas como si fuera a hacer una "rabona", dejó entrar la casi esférica hacia su pie derecho, la levantó lo suficiente para descruzar sus piernas, recostarse un poco y pegarle con la zurda con tal precisión que "El 10" azul y amarillo, quien apenas se dirigía hacia ellos, la acunó entre sus brazos con ayuda de su vientre.
- ¡Ohsu! ¡Le pegó con ganas, señor! - dijo "el 10" azul y amarillo, olvidando el bailecito que les acaban de pegar.
- Je, je, je - rió tímidamente el tipo.
- ¿Usted juega, señor? - continuó "El 10".
- Alguna vez hace tiempo.
- ¿Quiere jugar ahorita?
- No, gracias; debo acompañarla - respondió el tipo mientras daba una leve palmada en la espalda del niño como en señal de amistad.
Siguieron caminando y entonces ella preguntó:
- Oye, ¿por qué tu pueblo es capital?
- ¡Ja, ja, ja... mi pueblo! ¡No sé! ¡Desde que tengo uso de razón, ya era!
- Vaya, no te ofendas, pero recién fue un amigo a cubrir un evento y me dijo que no hay nada: no hay vida nocturna, no hay lugares turísticos, ¡nada!
- ¡Ja, ja... entiendo! ¿Qué evento fue a cubrir? ¿Es periodista tu amigo, supongo?
- ¡Sí! Fue a cubrir un regional de atletismo, creo.
            - ¡Ah, ok! Entonces seguramente estuvo yendo al estadio.
            - Ni idea, pero ¿qué con eso? No responde a mi duda.
            - Bueno, para allá voy. Es cierto, tiene muy pocas cosas, pero para mí es magnífico, muy bonito. Ese estadio se conecta con un parque por medio de un pequeño bulevar, también muy bonito; bueno, a mí me gusta mucho. Tendrías que verlo como yo lo hago.
            - Sigues sin responder.
            - La ciudad está a los pies de la sierra.
            - Ajá...
            - El pequeño bulevar es la calle Francisco I. Madero.
            - A ver qué tanto sabes de historia, ¿de qué es la "I"?
            - Ignacio.
            - ¡Qué ñoño eres... ja, ja, ja!
            - ¡Tú también sabes... cállate ñoña!
            - Bueno ¡ya! Sigue platicando, pues.
            - Justo en la salida del estadio vendían unas chamoyadas que estaban bien chidas.
            - ¿Chamoyada?
            - ¡Sí! es como un yuki, pero más chido... ja, ja, ja.
            - ¡Ay, sí; ay, sí! ¡Mi ciudad, mi ciudad!
            - ¡A huevo! ¡Ja, ja, ja! ¿Está mal?
            - ¡Ja, ja, ja... no!
            - A dos cuadras del estadio, en Allende, está una pastelería, igual sé que no es que sean únicos de mi tierra, pero dentro de la rutina en que te sumerges, es muy lindo frenarte, llegar y salir creyendo que la vida se resuelve en esa porción de pastel en presentación individual.
-          A mí me gustan mucho los pasteles. ¿Cuál es el que más te gusta? A mí el de chocolate.
-          No me gusta el chocolate…
-          ¡¿Qué?! Es como decir que no te gustan los Beatles… a todo el mundo le gusta; de hecho un jefe que tuve me dijo una vez que quien diga que no le gusta el chocolate, está mintiendo.
-          Bueno, quizá sea un mentiroso, pero no me gusta y déjame vivir con mi mentira.
-          ¡Ash! Está bien. ¿Qué más?
-          Ummm… bueno, una cuadra después y hasta antes de las 5 de la tarde, llegas a comprar fruta; no es la súper fruta, pero se vuelve algo parecido al pastel, estás sobre la calle mirando pasar un montonal de carros, de personas ensimismadas que tal vez acaban de conseguir empleo, los acaban de asaltar, acaban de conocer a una persona que les interesó, y tú a un costado comiendo fruta y escuchando los chismes que ha visto el dueño del negocito.
A 5 calles de ahí está un jardín de niños, que cuando yo estuve, pensaba que era eterno; tiene un anfiteatro donde jugábamos futbol y los precoces en historia, juraban que estábamos en medio del coliseo romano. Frente al jardín ahora está una tienda, pero para mí es como si el pequeño local donde vendían helados quedó detenido en el tiempo, como si aún existiera y bueno, es triste ser el último por quien sus papás pasan, el llanto inunda tu mundo y un buen cono de esos helados aligera tu carga y la de tus padres de tener que aguantarte.
-          ¿O sea que eras un niño fastidioso?
-          A mí me parece que sólo dejé de ser niño.
-          ¡Ja, ja, ja… tonto! Bueno, ¿qué más?
-          Ok, ok. De ahí hasta el parque son otras 5 calles, por todo ese pequeño bulevar recuerdo un montón de flamboyanes, ese color anaranjado que me resulta tan alegre y tan melancólico al mismo tiempo.
-          ¿Por qué?
-          No sé, de verdad no sé; su color es alegre y punto, pero por alguna razón extraña, me resulta un árbol melancólico, ¡bah! No me hagas caso.
-          Bueno. Me decías…
-          Ok. Ya en el parque observas que está todo muy oscuro, pero cada paso que vas dando, va revelando su encanto; hay muchas parejas: cómplices y ajenas, manifestándose todo y sin hablar.
-          ¡Ja, ja, ja… se van a como dices tú: “hacerse mañas”!
-          ¡Ja, ja, ja… cuenta la gente, yo no sé!
-          ¡Ja! No entremos en detalles.
-          Ok, continúo.
-          Sip.
-          Hay todo un corredor con un montón de puestos, bueno, no sé si sigan ahí, pero le llamaban “Las Artesanías”; francamente no había artesanía sólo alguna fayuca, pero gustaba de caminar ahí. Si rodeas un poco el parque, llegas a una fuente en forma de cascada que es la fachada de un pequeño teatro al aire libre; una breve avenida desemboca en la cascada, pero esa avenida es como la alfombra roja de las galas, sólo que acá es un pasillo con vallas hechas de jacarandas.
-          ¡Orale! Suena muy lindo.
-          ¡Claro!
-          ¡Ay! Bueno y luego.
-          Bueno. A final de cuentas vienes andando por sobre unos brazos naranjas hasta llegar al brote de agua fresca, levantas la cara y hallas una vereda violeta que se disuelve en tal vez la comisura de una mágica sonrisa oscura, en una majestuosa cortina de verdes claro-oscuros – hizo una pausa, dio un suspiro y antes de continuar, ella habló.
-          Quisiera conocer tu pueblo, pero quiero decir, tu versión de él; tal cual tú lo miras poder mirarlo.
-          Ese cuadro no lo hallas entre las figuras de Miró; tus alegres brazos, la veta naranja de sus movimientos tan atrabancados, tan precisos; tú como cascada imponente, fachada de un teatro, cada sensación es posible. Tú como vereda violeta que te disuelves en tus lindos ojos verdes, majestuosa cortina, y arriba, el cielo, los pensamientos por donde quisiera volar.
Siguieron caminando y conversando, querían hablarlo todo como retando al tiempo a que no pasara.
            Avanzaron y avanzaron, en algún punto algo debería indicar que caminaste suficiente, y parar, descansar un poco, pero a veces eso simplemente no tiene importancia. Vas codo a codo y tus pies continúan siguiendo los de ella y viceversa; también en ocasiones hallas palabras que van muy bien en el discurso de una persona, tan bien que no te animas, te sientes sin el derecho a pronunciarlas, a utilizarlas.
            Esa linda sensación de conversar con la persona que cada que hablan descubres a alguien distinto, totalmente nuevo, y al final del día, es la persona que la noche anterior te repetías que tenías que buscar hoy.
            Horas caminadas, cuadras y cuadras conversadas, comentándolo todo; risas ingenuas, breves distanciamientos para festejar estar con alguien con algo en común.
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A veces pasa que decides ir a tal parte y lo haces caminando, a mitad de trayecto encuentras una piedra o un bote y comienzas a patearla o patearlo, después se vuelve tu acompañante porque le vas confiando tus pensamientos; el bote o la piedra aceptan que existen para ser pateados en ese momento, y tú aceptas tu función, a cambio le cuentas todo, haces un lazo. Llegaste a tu destino, el camino y el tiempo no se sintieron, y mucho se debe al bote, a la piedra; algo semejante le pasa a ellos dos, a ella y a él: no notaron ni tiempo ni distancia, pero sin bote, sin piedra, sólo bajaron sus palabras y las llevaron por donde andaban.
            El más cotidiano de los detalles puede hospedar la más grande de las bellezas.
            No se habían percatado del rumbo tomado, iban cruzando un estacionamiento cuando ella comenzó a cantar:
-          Y aunque enamorarme de ti me lo tengas prohibido… quiero bailar un slow with you tonight…
Él volteó a mirarla, se sonrió:
-          ¡Esa es la canción!
Ella continuó tarareando un poco, sonrió:
-          ¡Este es el estacionamiento!
-          Y ¿cómo se llama la canción?
-          Slowly.
-          ¿Quién la canta?
-          Luis Eduardo Aute.
-          ¿Bailamos? – se animó a sugerir él.

-          ¡Sí!

lunes, 8 de julio de 2013

Buenos días

Buenos días, tal vez más tarde pueda acomodar los hechos porque francamente no estoy seguro  de qué ocurrió primero.
      Hacía tiempo que no fumaba. Esa mañana me hallé sentado en la Plaza de los Platitos, tenía un cigarro en la bolsa de la chaqueta y espero no sea pie de albur, pero no sé cómo se llaman esas prendas que son de las que utilizan los equipos de futbol. El caso es que tenía ese cigarro porque se lo agandallé al tipo con el que llegaste; en mi cabeza fue como si lo diezmara.
      Recuerdo que estábamos en el Bar de Cortés, bueno yo ya estaba ahí esperándote, llevaba cuatro cervezas, no sé qué tanta jícama, no sé qué tanta zanahoria, y como dos horas de rock.
      Del bar recuerdo muy poco, pero para cuando apareciste, recién había pedido la quinta cerveza y tú llegaste pidiendo un pinche refresco mientras el mamón este salió con su mamada de: "un Tom Collins, por favor". ¡Que se pique la cola! Lo bueno de sus chingaderas fue cuando "Don Riata" comenzó a revolver pistos... ja, ja, ja, ja se puso hasta el quinto riel y por ende, fuera de combate. Para ese entonces ya había hecho mi acto terrorista de quitarle el cigarro.
      De verdad ¡¿para qué chingados lo llevaste?! Era y debe seguir siendo un pinche nefasto, que "yo", que "la chingada", que "tú y que yo y que Sabu Mafu"... ¡mis huevos! en fin, no voy a hablar de ese güey, sólo quería aprovechar la oportunidad.
      No sé ni a qué pinche hora nos salimos, de verdad yo sólo me veo en Plaza de los Platitos. La laguna resultó ser océano mental.
      Bueno, tengo la vaga imagen de que estabas sobre la barra bailando cuando el nefasto de tu amigo ya no era más que un bulto parte de la escenografía y yo llevaba quién sabe cuánto tiempo queriendo quitarme el hipo. ¡Me caga que pase eso!
      ¿Dónde fue que dejamos al puñetas ese?
      ¡Ah! recuerdo también que fuimos a almorzar ahí a las gorditas, éstas que están bien enormes, que están sobre el andador 16 de septiembre ¿a qué hora fue eso? ¡Espera! antes fuimos a la Plaza de Armas porque había un festival de jazz... mmm, debió ser temprano porque esos cotorreos, para las 12 ya caminaron ¡Chingado! ¡Te digo! ¡No sé en qué orden pasaron las cosas!
      Por alguna razón, no sé, quizá en algún momento tocamos tema y lo encontraste apropiado, me pediste flores, porque recuerdo que andaba queriendo cortar unas. Del lugar no tengo imagen.
      Me acuerdo también que estábamos en el mirador cerca del acueducto y algo me gritabas y te volteaste o te tapaste la cara... a ver, espera, ese pedo del cigarro en Plaza de los Platitos, fue hoy ¿cierto?... ¡Madres! ¡¿De dónde te conozco y dónde estoy?!

      Mira, vayamos desde un inicio... me llamo Daniela.
      Estamos en tu casa, nos conocimos anoche y sí, lo de Plaza de los Platitos fue hace unas horas; ¡ah! son casi las 4:30 de la tarde y es sábado.
      Las cosas pasaron así:
Yo andaba con mi novio en el festival de Jazz, sí, en Plaza de Armas y todo muy bien hasta que fue a buscar baño y regresó contigo que porque te halló haciéndole cariños a los perros de la fuente y reclamándoles porque no movían la cola, eso le cayó en gracia; luego le saliste con la grata sorpresa de que le hablaste del color de su aura, que estaba entre azul y morada, y los sentimientos que refleja su mirada, y el muy pendejo, como cree en esas cosas, se enganchó; y como sabe que la muy pendeja de mí, aunque sé que es puro pedo, me encanta andar con esos rollos, pues decidió que fueras nuestra compañía.
      Cuando llegaron ya venías ebrio y cuando nos presentó, recitaste un discurso que me llamó la atención, me interesó seguir hablando contigo; luego desglosaste, de manera muy linda toda la vida del jazz, y ahí ya era gusto de los dos traerte de invitado.
      Los amigos que nos acompañaban estaban fascinados por tus historias, pero todos debían retirarse, así que cuando se terminó el festival, se fueron y nosotros buscamos algo tranquilo. Fuimos al Bar de Cortés.
      Como yo me sentía algo tomada, pedí un refresco; mi novio, como tú le dijiste que no conocías de licores, de bebidas, sólo de cerveza, se empeñó en compartirte sus conocimientos etílicos y pidió "un Tom Collins, por favor". Tú, no es que llevaras cuatro cheves, pasa que cheve que te daban, cheve que tirabas, hasta la quinta por fin no la tiraste.
      Yo no estaba arriba de la barra, era otra chava que estaba ahí; mi novio no era el bulto, mientras tú intentabas quitarte el hipo, le platicabas a un bulto de otra mesa, que te caga que te dé hipo; la jícama y la zanahoria, del plato que nos llevaron, le viste cara de almohada y te dejaste caer sobre él. Tiraste casi todo y yo creo que en una de ésas, reaccionaste y ya viste prácticamente vacío el plato, tal vez por eso pensaste que habías comido mucho. La verdad fue muy gracioso. Ahí nos amaneció.
      Saliendo nos fuimos a almorzar. Igual en el Bar de Cortés hablaste poco.
      Sí, fuimos a las gorditas y ahí volviste a hablar, pero tu plática ya no le gustó a mi novio; básicamente te centraste en mis ojos y en decirle tarado. Lo pusiste de un humor... no sé si era su aura, pero estaba colorado; debió ser el coraje y más porque me estaba riendo, te festejaba.
      Mi novio, bueno, mi ex novio comenzó a reclamarme tonterías muy añejas mientras correteabas la comida por el plato y parte de la mesa.
     Pensé: "¡de buenas traje mi carro!", porque el estúpido me dejó con un desconocido.
     Te ofrecí llevarte, pero como yo estaba molesta, fuimos al mirador cerca del acueducto a que me quejara con singular alegría. Debo agradecerte que me escucharas, bueno, yo estaba gritando cuando comenzaste a hacer pipí hacia las casas de abajo. No vi nada, eh... ¡por eso me tapé la cara! ja, ja, ja.
      Las flores vinieron después, te disculpaste por no esperarte a un baño, y del jardín que está cruzando la calle, sacaste unas flores porque me preguntaste cómo lavar tu atrevimiento y te dije que con flores. Gracias.
      Por último fuimos a Plaza de los Platitos porque me gusta ir ahí temprano, me ayuda, es algo como catártico; hallaste el cigarro en tu bolsa y me dijiste que no sueles fumar. Para cuando te lo iba a prender, ya lo habías tirado, lo levanté y lo fumé yo; como te estabas durmiendo te pregunté por tu casa para traerte y acá estamos; además tiraste tu cartera y yo la tengo.
     Te agradezco la noche: me divertí mucho y aprendí tus tonterías.
   
- Mmm... ¡Chingado! Pues gracias, pero... ¿verdad que tu ex novio es un nefasto?
- Sí, sí es.
- Bueno, no me lo tomes a mal, pero ¿por qué estás acá?
- Je, je... me voy despertando, tengo como 10 minutos despierta, además, porque quiero que me repitas tus teorías acerca del jazz y de mis ojos.