domingo, 5 de marzo de 2017

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El gris horizonte que no se anima a precipitarse se organiza una y otra vez ahí después de la eterna marcha de botellas rotas o vidrios abiertos según algún estudioso de hoy.

Resulta que cada tanto se les ve a la muerte y al diablo bailando al ritmo de una tarola que cualquiera de ese par improvisa y quien no interprete va arrojando petardos; no están por alguien, es tan solo su fiesta aparte porque han sabido charlar con las personas correctas, las más enamoradas de la vida y su inagotable magia, como el abuelo de Milo. Entonces quieren saberlo, que no sea solo un relato que les deja con los ojos bien abiertos y media sonrisa de lado, de ésas que se aparecen en la cara cuando el recuerdo de una "maldad" se evoca; y quieren jugar también, sentir y saltar y agitar la mano, y cagarse de risa, y desparramarse a mitad de un parque y llegar corriendo a casa para preparar eso que recién descubren y que se llama café, y echar la cabeza hacia atrás y dejar que el humo de ese otro nuevo hábito se eleve como se eleva el Blue Trombone y azota el cielorraso como un pequeño mar de notas.

Tremendo grado de dificultad eso que hacen los mariachis de salir corriendo 30 o 40 metros haciendo sonar la trompeta o el violín para llegar hasta donde exponen su oferta y la promesa de una épica borrachera.

El derecho, el deber, la obligación, el menester, la necesidad de vivir con pasión, sentirse vivo/viva, y todos los vicios y las malas compañías, y el café, y las botellas rotas y el horizonte que ahora es azul, y Miró y Aisha y todas las películas de Woody Allen, y Seb hablando de jazz como exitosamente no puedo hacerlo tratándose de ti porque estás más allá de las palabras.