Estuvo muy
curioso porque fue en varios lugares, de pronto estaba toda la gente en París,
andando sobre calles que por alguna razón conozco aun sin haberlas recorrido,
avanzabas por el bulevard Saint Germain y en la ventana de Old Navy mostraba su
rostro lo que buscabas; luego andabas por Buenos Aires, me parece que por
Corrientes pero ineludiblemente como el mar llega a la orilla, todos llegaban a
Lezama. En el parque, por ese caminito repleto de bancas y macetas, ese que te
alcanza un viaje en el tiempo y te muestra algo de lo que fue esto que ahora
observas, por ahí vas trazando un tango, sin dudas, sin prisas; me lo has
contado al oído, el tango es inequívoco, aunque tropieces, no hay errores y
sigues bailando; igual pasa con el amor, el verdadero, con el que los tropiezos
son quizá para inventarse algo pero jamás para detenerse.
¿Viste que pasa a veces que sueñas algo y te levantas buscándolo,
aunque quizá nunca antes lo hayas visto?
Así te ocurrió, en el sueño, hablabas de un sueño donde soñaste
que soñabas que conocías a una persona con quien te entendiste a la perfección,
porque hacía los comentarios justos y necesarios, como si fuera leyendo en voz
alta cada uno de tus pensamientos.
Y estabas algo abatida por temor a que se tratase de una imagen
que quizá tu memoria inventó y por ello lo creías tan real, tan tangible, tan
palpable. Era como un rally: ibas a París para encontrar la pista que te
llevara a Buenos Aires, para encontrar la pista que te llevara hasta lo que
llamas hogar. Era como si mientras viajabas, todo un staff iba montando el
escenario de tan importante instante.
Cuando lograbas regresar, avanzando por una vereda forrada de
madreselvas, pasionarias, buganvilias, jacarandas, flamboyanes; cerraste tus
ojos y seguiste, rozándolo todo apenas con la punta de tus dedos, como si las
flores hablaran y tus manos las escucharan.
Al
final del trayecto vislumbrabas como la lluvia se disipaba y ahí, donde las
nubes se dispersan y emana la luz que el corazón te dicta seguir.